XXXVI.I "Monique & Ryder"

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Monique se recogió el cabello moreno ondulado en una coleta alta, los risos de sus puntas le rosaron la nuca. Se miró al espejo. No era alguien que habituaba mentir con facilidad. Si no querían que supieran sobre su vida, simplemente no hablaba mucho de ella. Además, una chica de campo no daba mucho qué hablar. Era la típica campesina que se emocionaba con todo lo material, lo emocional y lo social como una cría, porque no nació acostumbrada al lujo y a los sentimientos. ¿Qué más daba?

Se abrazó la gabardina al cuerpo y protegió sus manos en los bolsillos de esta. El pasillo del hotel se encontraba despejado, aunque iluminado, pues eran las seis de la tarde y la poca luz del día ya se había empezado a esconder hace rato. Sus botines resonaron contra el suelo de mármol.

Uno, dos. Uno, dos. Uno, dos.

Repetía en su mente mientras sus manos se abrían y se cerraban dentro de sus bolsillos. Nada se le escapaba de la vista, cualquier mínimo movimiento era captado por el rabillo de su ojo. Fue peor cuando salió al aire libre. Fingir una sonrisa cortés ante los recepcionistas para que no le preguntaran hacia dónde iba a salir fue más fácil que sentir el aire frío en la cara, brindándole la constancia de lo que estaba al punto de hacer.

Caminó al ritmo de sus respiraciones. Muy rápido. Cruzó las calles, observó las caras de las personas, ninguna era él. No podía ser él. Él sabía exactamente dónde buscarla.

Después de la corta caminata llegó al bosque tranquilo. La noche había llenado Boston completamente, la luna ayudó a iluminar su camino cuando los postes de luz se quedaron atrás en la carretera. Podría sentirse perdida, con miedo, estando sola en aquel manojo de árboles, ruidos, oscuridad y frialdad, pero el bosque era como otra extensión de su cuerpo, de su alma, mejor dicho.

Cuando vio el árbol que había marcado con una cruz supo que ya estaba cerca. El lugar donde había preparado todo la recibió igual que esa mañana. Se sentó en la hierba y recostó su cabeza en un árbol, a esperarlo.

(…)

Un chasquido fue lo que la despertó. Se había quedado dormida, aunque sus sentidos, acostumbrados ya a estar alerta, percibieron el mínimo sonido y lo diferenciaron del susurro de las hojas mecidas por el viento. Se puso de pie rápidamente, conocía el olor que se estaba mezclando con el aire. Ryder no usaba perfumes, pero tenía un singular aroma a madera y almizcle que la volvía loca. No pasaron más de cinco segundos cuando se dejó ver.

Estaba completamente desnudo, lo que indicaba que se había transformado hace poco en su forma de lobo más pequeña, una de un metro y cuarenta de altura, para no levantar sospechas e ir más rápido hacia ella. El pecho de Monique se agitó exageradamente contra su voluntad. Pudo haberse alarmado por el miembro erecto que dejaba a la vista, pero se encontró envuelta en sus ojos caramelos, más oscuros que de costumbre.

Él la miraba con los labios entre abiertos, con una sacudida en el tórax, con el cabello oscuro y enmarañado, con el corazón en la boca y la excitación latiendo en las venas de su polla. Monique era tan bonita para él que sentía que le dolía el pecho, con su piel oscura, tan tostada, sus labios tan rosados, sus cabellos tan morenos, sus ojos tan negros, ¿qué tipo de ser era aquel? Tenía tantas ganas de acercarse a ella, tocarla, besarla, desnudarla, follarla…

Dio un paso más y ella lo apuntó con la flecha en el arco que había sacado de su mochila. Ryder sabía que estaba nerviosa, sin embargo no lo demostraba, su agarre era fuerte, su mentón elevado, y sus ojos clavados en los suyos. La polla le dio otra punzada.

Monique… Monique… Me dueles.

- Todo como lo planeamos, Ryder. Ni un paso más.

Éste solo pudo gruñir en respuesta. Le urgía, necesitaba, fundirse con ella en esos mismos momentos. Le escocía la piel de no tenerla envuelta en sus brazos, de no tenerla bañada en su sudor, de no tenerla bien adentro.

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