Las paredes de mármol fueron lo primero que percibieron mis ojos al abrirse. La luz era opaca, lejana, no podía localizar exactamente de dónde provenía. Y, al esfuerzo mínimo que hice por recordar en dónde estaba, se agudizaron mis oídos. La melodía del piano también se percataba distante, pero endulzaba el rincón en donde yo estaba, acostada de lado.
Me recuperé de un brinco. No conocía el sofá donde estaba sentada. Ni la amplia sala donde me encontraba. Ni quien había encendido aquella chimenea a diez metros de mí. Contuve la respiración a la vez que el pulso se me aceleraba.
Aquella noche el fuego también estaba cerca de mí, a la misma distancia, y pensaba que iba a morir en ese instante, quemada, de esa forma tan horrorosa. Sin embargo, no estaba en una cueva mugrosa, ni me escocían las heridas de los pies, ni vestía mal. Mi cabello limpio, rojo y ondulado caía a ambos lados de mi cara. Un vestido celeste, desconocido, cubría mi silueta hasta los tobillos.
Me hice un ovillo, escondiendo mi cara sobre los muslos y abrazando mis piernas. Los ojos ardían, pero las lágrimas no caían, es cómo si no se me permitiera llorar, como si fuera imposible de hacerlo. Después de tantas veces que deseé no derramarlas…
En esta ocasión, sentía que si no lo hacía me ahogaría. Se incrustaban muchos sentimientos en mi pecho: entusiasmo, nerviosismo, deseo. Todo ajeno. Todo lo sentía ajeno. El verdadero sentimiento, el que era mío, el dolor del recuerdo que me transportaba a aquella caverna, junto a una persona que me hizo mucho daño.
Sin embargo, todo desapareció cuando una voz acalló la pasividad del lugar.
- ¿Anastasia? - mi rostro se elevó automáticamente. Una mujer mayor se encontraba de pie bajo el marco de una puerta. - Vamos, llegó la hora.
La música se detuvo de golpe.
- ¿Ya avisó? - el timbre de su voz me recordó mucho al mío, más suave, más alegre, y vino desde la otra esquina. Pero no pude hallar rostro. Casi toda la habitación era penumbra.
- Sí, señorita. - respondió la anciana, frunciendo los labios en un silencioso reproche, enfundada en un vestido de los que ya nadie usa, dejando casi nada a la vista de piel arrugada y pálida.
¿De dónde la había visto antes? Me parecía extrañamente conocida. No obstante, mi cabeza estaba echa un revoltillo en estos momentos.
- Perfecto. - pude escuchar la sonrisa en sus palabras. Un nuevo sentimiento impropio se instaló en mi pecho. Alegría.
- Tenga cuidado, señorita Anastasia. - le advirtió la mujer, yendo hacia la joven para acomodarle el escote en un precioso vestido azul oscuro, que quizás fuera más claro y la oscuridad del rincón no me dejaba notarlo. Me intriga mucho conocer el rostro que se escondía detrás de la penumbra. - Recuerde que el bosque es peligroso y no es lugar para una jovencita.
- Me cuidaré, en serio. - le juró. - Además, Maxi me acompañará hasta que me encuentre con él.
- ¿No le desagrada que el príncipe Carl le propusiera encontrarse en esas situaciones? Mira que revolcarse en un bosque…
- Marcel… - Anastasia suspiró, disimulando unos ojos en blanco. - Nos estamos escondiendo. ¿A dónde quiere que vayamos? ¿A un hotel? ¿A la vista de toda la ciudad?
- Claro que no. No obstante, sigo en desacuerdo con los primerizos planes que tiene el príncipe con usted.
- Querida… - suspiró, aireada. - Estos solo son los primeros pasos. Le entiendo. Debemos mantener el perfil bajo hasta que me ostente correctamente ante su padre. Lo cual profeso que ocurrirá muy pronto. Pero, mientras tanto, disfrutaré tanto como pueda. El camino a ser la princesa de Inglaterra no va resultarme tan hacedero.
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Luna de Sangre
Fantasy"He estado corriendo por la jungla, he estado corriendo con los lobos para llegar a ti. He estado en los callejones más oscuros, he visto el lado oscuro de la luna para llegar a ti." Primer libro de la trilogía "Red Moon" ❌Advertencias❌ -Lenguaje Vu...