XXIX. "Shadow King"

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Nathan se refugió más a fondo en su abrigo, mientras maldecía el frío que estaba haciendo ese día, en esa zona de Newton. Por eso nunca le había gustado el pueblo. Bueno, esa era una de las tantas razones.

Sus zapatos se enterraban en la espesa nieve con cada paso que daba, dificultándole el caminar. Ignorando ese hecho, miró a sus alrededores. El lugar se encontraba prácticamente desolado, eso no era muy común pero, después de la intervención de los lobos hace unos días, había perdido a toda su gente. Algunos fueron asesinados, otros pocos fueron capturados por ellos

Gracias a eso, el plan había fracasado, aunque la verdad es que fue un detalle que él mismo había dejado pasar. Fue tan idiota, ¿cómo pudo haber subestimado a los lobos? Quizás su hermana y su padre tenían razón, y era un imbécil, que no sabía hacer nada.

Desde niño, su vida había sido lo más parecido a una mierda. Su "familia" era una de esas que te hacían preguntarte por qué se juntaron personas como éstas para tener hijos e intentar una unión que claramente iba a fallar en algún momento.

Su progenitor fue el tipo más egoísta que conoció en toda su vida. Nathan puede recordarse de crío, corriendo detrás de él, haciendo todo lo posible para recibir su aprobación. Al final terminaba llorando en cada rincón de su casa, porque quería demasiado a su padre, pero ese afecto nunca fue correspondido. Mucho menos cuando declaró su sexualidad en la adolescencia, el desprecio que le lanzó aquel hombre le hizo dudar aún más de que llevaba su sangre en las venas.

- Endeble, de sangre débil como tu madre y, para colmo, ¡maricón! - le gritaba su padre aquella noche. Nathan había pasado una tarde maravillosa con aquel chico de la Escuela Secundaria, perdió la virginidad y prometió no esconderse más de su familia. Él solo estaba cumpliendo su promesa. - Eres una decepción para nuestra raza. - su madre se encontraba apartada y vulnerable, ahogaba esos llantos que podían romper el cielo, el único cielo al que Nathan le rezaba. - Es increíble como tu hermana emana más orgullo que tú, que se suponía que ibas a ser el hombre de esta casa.

Su hermana era otro problema en la ecuación; la niñata que tenía quince años y se pensaba que tenía más de treinta. Fue la luz de los ojos para el señor Malcolm, a pesar de que este siempre fue machista hasta las trancas, descubrió que la pequeña traía su sangre sucia y la entrenó desde que cumplió los cinco años. Nathan debía de admitir que era inteligente, pero eso no servía de nada cuando se presentaba muy impulsiva, alguien que no se pensaba mucho las cosas, con malos tratos hacia todo el mundo. Su madre lo atribuyó a que los niños brujos de magia negra nacían con esas actitudes. Pero Nathan siempre supo que no era el caso, su hermana estaba simplemente loca. Loca de poder, ambición y sangre.

Una vez, cuando ella tenía siete años y él catorce, la encontró junto a un gato muerto en el patio, cuando le preguntó sobre eso, la chica lo había mirado con sus ojos hundidos y sonrisa macabra. Mellisa confesó ser ella la que lo había matado. Fue la primera vez que le dio escalofríos estar al lado de su hermana. Sin embargo, lo ignoró. Y cuando siguieron ocurriendo más incidentes de este tipo, también la siguió ignorando.

Solo su madre lo trató como una familia, como su hijo, como alguien importante, confió en él, lo apoyó y lo hizo sentir querido. Ahora está muerta. La única persona que lo amó… está muerta. 

Los lobos y los brujos siempre habían tenido sus diferencias, desde que ambas razas vivían en Newton hace siglos. Nunca habían podido llegar a un acuerdo, motivo por el que siempre estaban en guerra, por el cual siempre tenían un problema. El plan hubiera ido de maravilla si no se hubieran metido en esto, principalmente esa loba de ojos verdes. Ella había sido el principal problema. Constantemente rondando a Avery, siempre cuidándola, protegiéndola. Cargaba con la principal culpa.

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