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Lua.

Seattle.

Dos semanas después.

Cada mañana desde los últimos quince días alguien llamaba a mi puerta para entregarme un nuevo arreglo de peonias que como cada mañana volvía a rechazar esperando que Jake se cansará de insistir y me dejara en paz pero no era así.

Cada mañana a la misma hora un nuevo arreglo de peonias esperaba por mí.

El corazón que se me había hecho de piedra levantando murallas a su alrededor que comenzaban a flaquear.

¿Debería darle el beneficio de la duda?

Esa mañana que llamaron a mi puerta, era el mismo chico que no perdía su amable sonrisa y fingia que no había estado tocando a mi puerta durante los últimos quince días.

Tome una gran bocanada de aire antes de estirar mis manos para recibir —por primera vez— uno de los tantos arreglos de peonias que Jake había estado mandando para mí, le sonreí sin mostrar los dientes al chico y volví al interior de mi casa.

Puse el arreglo de peonias rosas y blancas en un florero de cristal y lo deje sobre la encimera de la cocina mirando la nota que se encontraba por encima de las flores.

«He sido un completo imbécil, lo siento mucho Lua.

¿Puedes darme una oportunidad para remediarlo?

Jake.»

Leí, leí y leí la nota sintiendo como la muralla alrededor de mi corazón se comenzaban a vencer, cayendo poco a poco dejando que mi corazón latiera con fiereza en mi pecho.

No entendía que era lo que me pasaba con Jake, no entendía como a pesar de obligar a mi corazón a volverse de piedra ahora mismo se encontraba latiendo con fuerza por él, no entendía como mi máscara de frialdad comenzaba a caer.

Había intentado seguir sin él, como si nunca lo hubiera conocido pero entonces sigue aquí insistiendo con sus flores y sus mensajes diarios.

Deje mi celular sobre la encimera, cerca del arreglo de peonias.

Cada maldito recuerdo de nuestros encuentros llegó a mente, cada risa, cada sonrisa, cada inocente caricia, cada beso y entonces lo entendí.

Jake hacia mi alma vibrar, mi alma bailar y saltar de la emoción, Jake había logrado que la antigua Lua que había sido enterrada junto a Liam volviera a renacer.

—Demonios.—masculle tomando mi celular.

Lua.
📍 Ubicación.
Te veo ahí en treinta minutos.

No espere respuesta, deje nuevamente el celular sobre la encimera y me di la vuelta saliendo de la cocina para dirigirme a mi habitación. Tome una corta ducha que logro a aclarar mis pensamientos que hasta este momento pasaban con gran velocidad por mi cabeza, al salir hidrate mi piel y entre a mi vestidor para tomar un par de prendas, un pantalón de mezclilla que se ajustada a mis tonificada piernas, un top negro y una cazadora de mezclilla de color verde.

Me arregle el flequillo y dejé el resto de mi cabello suelto, me puse protector solar en el rostro, rimel en mis pestañas, algo de rubor en mis mejillas y gloss en mis labios.

Calce mis Converse negras y tome mi bolso dónde metí mi cartera, mi celular y las llaves de la casa antes de ir al garage para tomar las llaves del coche Mazda.

Cuando llegue al lugar donde lo cité, él ya se encontraba ahí esperando por mí sentado en una de las mesas pegadas a la ventana con las manos unidas sobre la mesa mirando discretamente su reloj.

Entre al pequeño restaurante caminando con firmeza hasta la mesa a pesar de que las rodillas me comenzaban a temblar cada vez que me acercaba más a él.

Primero deje caer mi bolso en el asiento de cuero antes de que yo tomara asiento manteniendo mi mirada un segundo fija en la mesa, tome aire y lo mire.

Mire ese par de ojos cafés.

—Aquí me tienes.—susurré.

Criminal. ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora