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Lua.

Seattle.

—¿Entonces, estás diciendo que yo soy tu pase de entrada a la fiesta de Gerard?—alzó una de sus cejas con incredulidad.

—Si.—me cruce de piernas mientras sostenía la taza de porcelana con mis dedos.

—¿Y quieres que vaya a esa fiesta?—volvió a formular una pregunta sin dejar la incredulidad.

—Si.—le dí un sorbo a mi café.

—¿Contigo?—entrecerró sus ojos.

—Es tu oportunidad.—le sonreí con inocencia.

—¿De qué?—soltó una risita.

—De salir conmigo.—me encogí de hombros.

—¿Crees que quiero salir contigo?

—No, se con certeza que quieres salir conmigo.—dije con firmeza.

—Liam era mi amigo.—me miró con confusión.

—Lo sé.—dije entre dientes por su mención.

—Tal vez me gustes Lua, pero se que jamás saldrías con alguien que fue tan cercano a tu prometido.—sus palabras fueron como dagas.

Baje la mirada y respire hondo.

—En serio necesito ir a esa fiesta y no podré entrar sino es contigo.—volví a mirarlo— Hazlo por nuestra amistad.

Me miró en silencio analizando mi rostro durante segundos que parecían eternos.

—Bien.—terminó aceptando.

—Gracias.—murmuré.

Asintió regalandome una muy pequeña sonrisa.

—Pagaré la cuenta.—se levantó de su asiento.

—Te esperaré afuera.—le sonreí mientras me ponía de pie y tomaba mi bolso.

Salí de la pequeña cafetería donde lo había citado mirando como el cielo se volvía oscuro avisando que pronto comenzaría a llover, suspiré desviando mi mirada a la floristería de un costado donde mire unas preciosas peonias rosas.

Me acerque acariciando sus pétalos con cuidado se no maltratar la flor, tal vez si llevaba unas flores para Sophie podría dejar de evitarme o tal vez podría llevarle la cena.

—Pero miren a quien tenemos aquí.—deje caer mi brazo a mi costado— Si es la fierecilla.

—Recuerdo haber dicho que no me llamarás así.—dije sin girarme a verlo.

—Tú me llamaste imbécil.—se sitio a mi lado.

—Porque lo eres.—masculle.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

Levanté mi cabeza para mirarlo, esperaba que no me estuviera mirando pero lo estaba haciendo y lo estaba haciendo de una manera que me puso los nervios de punta al instante.

—Porque me has chocado en un sitio donde prácticamente es imposible que te choquen.—puntualice— Eres ciego o eres imbécil.

Sonrío con burla.

—Tú eres totalmente una fierecilla.

—Y tú un imbécil.—ataqué entre dientes.

Comenzamos con una batalla de miradas que deduje que él estaba disfrutando cada vez que mi enojo se hacía más notable.

—¿Lua?—la voz de David me hizo perder la batalla— ¿Nos vamos?

Asentí regalandole una sonrisa relajada, cuando se dió la vuelta para ir al coche regrese mi mirada al imbécil delante de mí.

—Espero no verte nunca más, imbécil.—gruñí intentado pasar por su lado.

Su mano se posó en mi abdomen impidiendo que me fuera, contuve la respiración cuando sentí como su respiración movía los cabellos que cubrían mi oreja.

—Ya lo veremos, fierecilla.—dijo en mi oído mandando una corriente eléctrica por mi espina dorsal.

Tarde un par de segundos en recomponerme y alejarme de él sin embargo la sensación de electricidad no me abandonó por el resto del día.

Criminal. ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora