TRES

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¡Has llegado hasta aquí! Me la pones difícil, de verdad te lo digo.

Bien, supongo que quieres tomar aire. Yo también. Salgamos, pero creo que es prudente y necesario que hagamos algo antes de salir de la habitación: abrir las ventanas. Dejemos al pobre Morton en el suelo. Que se descomponga a su ritmo. Mi pobre amigo, ¿por qué se suicidaría?

¿Quieres llamar a la policía? ¿Acaso sufres de demencia? El pobre se suicida y tú quieres hacer de esto todo un espectáculo. Mostremos algo de respeto, por favor.

Y hay algo más que podríamos hacer antes de dejar la habitación: registrar sus bolsillos.

¡Claro que lo haré yo!

Me agacho después de levantarme las rodillas de los pantalones para adoptar la clásica postura de los detectives arquetípicos que necesitan ver la escena del crimen a media altura como si desde allí tuvieran un ángulo preferencial por sobre el resto de los mortales. Extiendo mis brazos hacia el cadáver de mi amigo. De mi mejor amigo. Toco algo rígido. Es un revólver sin más que una bala. Interesante.

¿Y esto? Dos entradas a una película en el cinematógrafo «MovieMax». Por la fecha diría que ya se usaron. La película se titula «Érase una vez en el Infierno». Qué oportuno. Me parece que aún está en cartelera.

Y también esto. ¿Qué opinas? Unos ansiolíticos. Es curioso, porque jamás creí que Morton fuese alguien ansioso. Y eso que creía conocerlo bien.

Como supondrás, la carta suicida era de Morton. ¿Acaso pensaste que era mía? Seré un escritor y, como todos los escritores, puede que por ello esté desesperado. Un poco. A veces harto. Aun así, si pensaste que la carta suicida podía ser mía, es que todavía no me conoces bien.

Salgamos al pasillo. Me llevo el revólver. Nunca se sabe, aunque esperoque este revólver sea la antítesis del Arma de Chéjov; espero no tener quemencionarlo nuevamente. (Si desconoces la referencia, todo bien. El mundo no acabarápor eso). ¿Quieres los ansiolíticos? Yo no los necesito. Encendamos un cigarrillo, aunque estemos en el pasillo.

—¡Aquí no se puede fumar!

Una mucama aparece al fondo empujando un carro sumamente atractivo para un ladrón de adminículos de aseo. Menudo susto me ha dado.

—Sí que se puede. Lo que usted quiere decir es que no se debe.

—Un listillo, hijo mío. Llamaré al bueno de Don Carlo quien de seguro lo sacará a patadas.

—Suponiendo que Don Carlo sea el gerente del hotel, sería una terrible práctica poner a los huéspedes de patitas en la calle. Creo que comprendería que hay veces en que incluso los vicios se justifican.

—¡Para eso tiene el balcón de su habitación!

—Lo disfrutaría si realmente estuviésemos en Amalfi, pero la vista de mi balcón es demasiado gris para este momento.

Sin saber con qué contraatacar, la mucama se arma con un aspersor. Espero que sea agua. ¡La muy arpía nos dispara en plena cara! Adiós a los cigarrillos, por supuesto.

—Eso le enseñará a respetar las reglas, no vaya a ser que nos incendie a todos. ¡Por gente como usted estamos como estamos!

Un ataque genérico. Quizás sea esta la fábula con la que finalmente aprenda a respetar las reglas.

Me seco el rostro con la manga a la vez que lanzo el cigarrillo mojado en el tacho de la basura que empuja la mucama. No se despide de nosotros.

Aunque no me creas, creo que esa calada me sirvió para pensar. ¿Partes tú primero? Sí, estoy seguro que llegaremos a un acuerdo.

En primer lugar, el cadáver. El suicidio y la carta parecen convincentes. Uso esta palabra, porque estoy acostumbrado a poner todo en tela de juicio. Mi trabajo me ha hecho más objetivo de lo sanamente recomendado. Es como si no participara más del mundo; soy un espectador. A veces es terrible, otras veces es un alivio.

Una pregunta menos convincente que de seguro habrás pensado es ¿por qué un suicida tiene un arma encima? Se me ocurre que para defenderse.

Otra es ¿por qué lleva sus ansiolíticos encima? Porque estaba nervioso.

También están las entradas a esa película. ¿Quién comparte una película pocos días antes de tomar una decisión tan radical? Una película se disfruta. Para disfrutar cualquier cosa hay que tener cierto estado positivo de ánimo.

Demasiadas inquietudes, como verás. Pero lo que más me inquieta es imaginarme a Morton en sus últimos instantes... cavilando... acaso histérico... Y luego la agonía... El terror de su rostro hinchado... Se arrepentiría en el último segundo...

Ojalá que me equivoque.

¿Todavía tengo el rostro mojado? Rayos, esta vez son las lágrimas.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora