Esperaré hasta que la noche más oscura venga por mí para perderme en ella y navegar a la deriva. Navegar... a la deriva... en un mar aterciopelado... sin siquiera una isla en donde naufragar. La perdición absoluta. Eso me vendría de maravillas. Cualquier cosa en vez de constatar mi existencia con el mero hecho de escribir. ¿Es que escribir es insignificante? En un mundo en donde todos escriben, me temo que sí. Es lo mismo que querer naufragar en el mar cuando todos tienen botes y saben remar... Eventualmente alguien me encontrará y no, no quiero ser encontrado. Nunca.
¿Dónde estoy? Ah, sigues aquí. Pensé que me dejarías solo. ¿Tuve un infarto? No, pero de seguro me desmayé. Veo luz del sol. Eso quiere decir que caí como un lirón. El amanecer tiene suencanto cuando se lo ve, cosa que me ocurre muy rara vez. Tuve pesadillas, pero nada tan atroz como la constatación de que ambos cadáveres no están aquí donde los dejamos.
Bien, necesitaré unos momentos para alistarme.
[...]
Hoy toca el desayuno con Don Carlo. ¿Qué querrá? ¿Acaso fue él quien llevó a cabo la "limpieza"? Terminaré vomitando el desayuno; mejor no probaré bocado. Bajemos cuanto antes. Puede ser aún otra pesadilla más de la que despertar.
—¡Ah, puntualísimo! —saluda Don Carlo—. Veo que no viene solo. Por favor, sentaos.
Aplaude rápidamente, más para darse aires grandilocuentes que para llamar la atención del aburrido garzón que está atento a cada uno de los movimientos de su jefe.
—Aquí estamos, Don Carlo. ¿De qué quería hablar?
Don Carlo se acomoda un pañuelo bajo el gaznate y sonríe amablemente.
—Estaría encantado de platicar acerca de cualquier tema antes de entrar en materia.
—Yo no. Hoy llevo prisa. Muchísima prisa —recalco.
El pobre Don Carlo está a punto de atorarse con mi violencia.
—Ah, claro, el arte no puede esperar. Porque si espera, entonces la Musa se apaga. La vida suya no es muy distinta de la mía. Poner palabras en un cierto orden y concordancia no es más complejo que llevar el orden de una jerarquía. ¡La estructura de un hotel debe funcionar como un reloj!
—Claro que sí. El Hotel Montenegro no deja de comprobarlo...
—¡No se desgaste en vanos cumplidos! Cierto es que la escritura permite más variaciones, pero el tema de la estructura está ahí, implícito. ¿Me entiende? ¿Qué haría usted como escritor si, de pronto, le limitasen el uso de una letra?
—Pues... en ese caso creo que tendría que cambiar de rubro...
—¡No sea tan drástico! Alguna otra opción tendrá.
—Pues... A decir verdad, tendría que protestar. Unirme a otros escritores y organizar una protesta conjunta para recuperar la letra restringida.
—Y ya tiene su historia, ¿ve? Algo así me ha pasado a mí, pero no puedo salir a protestar ni mucho menos. Digamos que una letra de mi abecedario se perdió. ¡Desapareció! Pero tampoco puedo cambiar de rubro, figúrese. Tendrá que haber otra opción, por fuerza. ¿A cuál recurro? Pues recurro a hacer pesquisas. Necesito recuperar la letra perdida. Y para eso necesito de su ayuda.
Deduzco de qué trata. Como buen pez que no quiere ser pescado deberé seguir la corriente.
—A ver si me entero. ¿Qué se perdió?
—Más bien quién. Una persona.
—¡Mierda!
—Y que lo diga.
Bebe de su café como si fuese un catador de porcelana.
—¿Qué tengo que ver yo en todo esto? —pregunto con reserva.
—¿Es que no es obvio? Usted está a medio camino entre lo que para mí se refiere a tomar cartas en el asunto y quedarme de brazos cruzados. Lo lógico sería recurrir a la policía, pero no quiero que el Hotel Montenegro pase a engrosar la lista de hoteles que se utilizan para el tráfico de personas. ¿Me comprende? Quisiera lanzarme yo mismo tras el rastro de la persona desaparecida, pero por mi ocupación me es imposible. Por lo tanto, cuando veo que dentro de mis huéspedes cuento con la presencia de un escritor de novela negra, mi cabeza se ilumina. ¡Usted es la solución! Le entrego un rastro que puede utilizar para sus tramas y de paso le propongo un trato que no puede rechazar.
—¿Cancelar el cobro de mi estadía? —adelanto.
Toma nota: el mundo pertenece a los vivos.
—¡Bravo! Se ve que usted sabe hilar cabos. —Don Carlo parece estar celebrando su cumpleaños—. Si usted halla a la persona desparecida (se trata de una mucama), olvídese de su compromiso para con el hotel.
—¿Mi compromiso? ¡No pretenderá que me meta en las redes de una banda de secuestradores por dos míseros días en un hotel! Esperaré también la devolución de los días abonados.
«Tómalo o déjalo, renacuajo».
—¿La devolución...? Ejem...
—Sí. Esos son mis términos.
—Pero solo si encuentra a la mucama.
—Naturalmente.
—¿Lo hará?
—Naturalmente —insisto. Y sostendré que confío plenamente en mis habilidades. Además que estoy contigo, con lo que duplico nuestras probabilidades de éxito.
Don Carlo se atusa el bigote y se recuesta en la silla. Parece satisfecho. Yo lo estaría de ser él; se está librando de la policía y a la vez tiene ciertas garantías de que hallará a la mucama desaparecida. Desliza un sobre por entre la mermelada y la mantequilla.
—Aquí está todo cuanto debe saber acerca de Rosa Bevilacqua.
—No, Don Carlo. —Este arruga un ceño—. Falta saber cuál es su paradero.
—¡Ja! Precisamente.
Y que nunca se sepa. Mejor así, eternamente.
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ENTRAMADOS POR UN CADÁVER
Mystery / ThrillerMi mejor amigo se suicidó en mi habitación de hotel. Quiero entender por qué lo hizo... Nuestra investigación (la tuya y la mía) nos lleva a recrear sus últimos pasos. Así sabremos qué fue lo que pasó por su mente antes de tomar la terrible decisión...