TREINTA Y TRES

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El condominio de Lionel es de ladrillos rojos, setos pulcramente recortados y postigos blancos... Tanta simetría me enferma, pero eso es debido a mi condición de inconformista. La simetría es antítesis del gusto y lo que yo pienso es que en la variedad está el gusto. En las ciudades están los grafitis. A más grafitis, más probabilidades de que al menos uno sea lo que yo llamo una obra de arte. Mientras más escriba, más probabilidades de que algo sea digno de tus ojos.

La casa de Lionel es la número 33. Esa de allá. Su señora se la pasa en la cocina o en la habitación, por lo que no nos verá. Antes, sin embargo, echemos una ojeada al vecindario.

Vehículos aparcados, un viejo paseando a un perro y... Oh, alguien a cierta distancia de nuestras espaldas.

¿Adivinas quién es? Pues sí, el mismo hombre que nos seguía en la ciudad. De momento quitémosle importancia, ya que no tenemos ni siquiera un fajo de billetes que esconder.

El modus operandi que seguiremos en esta misión: pasamos la poesía por debajo de la puerta, tocamos dos veces a la puerta y salimos pitando, ¿vale?

A la una... A las dos... ¡A las tres!

TOC-TOC.

Al girar con la intención de emprender nuestra fuga, nos quedamos cara a cara con nuestro perseguidor. Este se congela en la vereda opuesta. Habrá pensado que acabaríamos entrando en la casa y querría ver quién nos recibía.

—¿Qué haces aquí? —pregunto sin alzar demasiado la voz.

Turbado a más no poder, nuestro perseguidor levanta las solapas de su chaqueta y bordea el seto. Podríamos ir tras él, pero es mejor ocultarnos por el costado de la casa. Creo que la mujer de Lionel puede salir en cualquier...

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Es ella. Ya está en el dintel. ¡Por poco nos ve! Desde nuestro escondite le puedo ver la nariz. A nuestro perseguidor le ve nada más que las espaldas. ¿Quién demonios sería él?

Y ahora, de ninguna parte, se desata un asalto frente a nuestros ojos. ¡Es Lionel! ¡Cae sobre nuestro perseguidor como un meteoro!

Si alguien me lo pudiera explicar...

—¡Oh, Lionel! ¡Detente! —chilla la mujer de este dándole alcance.

Tras unos aporreos más, Lionel suelta a su víctima.

—Este es el hijo de puta, ¿cierto?

—¿Qué...? ¿De qué hablas? Lionel, no sé qué estás haciendo, pero no me gusta.

—Anda, niégalo todo. Es él, ¿cierto?

—Lionel, vamos a casa y te serviré algo para los nervios. Creo que necesitas relajarte.

—¡No me relajaré hasta que me digas que este es el hijo de puta con el que te acuestas!

Lionel, que es el único rostro que podemos ver por sobre la espalda de su mujer y el estropajo de hombre que yace en el suelo, aprieta sus nudillos llenos de sangre. Temo que abofetee a su mujer. Los tipos afables y bonachones tienen tendencias violentas en la intimidad. O es verdad que su mujer le pone los cuernos, asunto que sacaría de quicio a cualquiera. Bien por mí que no me casé cuando debía; imagino la cantidad de cosas de las que me salvé.

Luego de un incómodo momento de silencio, la mujer de Lionel pone los brazos en jarra. O sea que defenderá su honor, en otras palabras.

—¡Con qué cara vienes a tratarme de mujerzuela delante de tus vecinos! ¡Eres mi marido!

—Tu marido seré, pero prefieres revolcarte con otro.

—¡Lionel! ¡Cállate! ¡Esto es indigno de ti! Tendré una conversación seria y respetuosa dentro de las puertas de mi casa, no en la calle como una cualquiera.

—¿¡A dónde crees que vas!?

Lionel agarra el brazo de su mujer en el instante en que esta se giraba. Ambos están furiosos. Algunas caras vecinas se asoman a las ventanas. El viejo que paseaba a su perro observa desde una distancia prudente.

—¡Suéltame!

—¿O qué? ¿Herirás mi orgullo acostándote con otro más?

Una bofetada resuena gracias al eco de los ladrillos rojos. Fue tan estruendosa y rápida que por un momento no supe quién se la dio a quién. ¿Te pasó igual? La bofetada la recibió Lionel, pero este ni se inmutó. Su mujer se lleva las manos a la boca, sorprendida por lo que ha hecho. Los nudillos de Lionel continúan apretados. Es como si los cuatro huesos quisieran perforar la piel de su dorso ensangrentado.

¿La golpeará?

Vaya momento para cortar un capítulo. Pero esto, señoras y señores, es lo que se hace en mi profesión.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora