VEINTE

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Paz, bendita paz. Eso es lo que me gustaría tener. Con el lío que me dejó el bueno de Morton no sé cuándo estaré en paz nuevamente. ¡En momentos así sé qué quiere decir la palabra paz!

Desconozco el sentido de las palabras que utilizo con más frecuencia de que me gustaría reconocer. Debe ser lo que siente un estudiante de cocina en su primer año. «¿Sé lo que es una hamburguesa?», acabará preguntándose mientras sus manos retocan una albóndiga.

¡Qué día hemos tenido!

No, no puedo ir al hotel ahora. No quiero; esa es la verdad. Puede ser sensato ponerle punto final al día de hoy. Cuando pienso en puntos finales pienso en nuestro bar. ¡De seguro que Jack nos regala un trago gratis!

Me parece que no te presenté el bar como es debido. Oscuro como una mina de carbón cuando se apagan las luces —porque sí, lo conozco incluso mientras duerme—. Cuando las luces están encendidas no cambia mucho. Será porque las ampolletas están apenas algo más evolucionadas que las antorchas de trapos. Inexplicablemente, la gente que lo elige es siempre vistosa. Será por la ubicación privilegiada a los pies de la colina, esa que cuenta con palacetes de familias aristócratas. Y está bien provisto, lo cual es, al fin y al cabo, lo más destacable.

El Bar Brooklyn —¿qué te creías? Si en esta ciudad las cafeterías usan nombres de ciudades, los bares usan nombres de distritos— es más conocido como "La Marea" por eso de que está a los pies de la colina, aunque hay otras razones para este sobrenombre. Una es que deja a los náufragos en la falsa orilla de la sima. Otra es que el licor sube por las noches y baja por el día. Y otra más es que originalmente se decía que «ese es el bar que marea» por lo fuerte de los combinados. Luego se desvirtuó en «el bar que marea» y, finalmente, en el resultado actual.

Nadie sabe cuál sea la razón verdadera.

Uf, tanta explicación me da sed. Afortunadamente hemos llegado.

—¡Con los codos en alto! —saluda Jack Walker como si fuera un cantinero del viejo oeste. Normalmente me hace gracia, pero hoy es una excepción—. Veo caras largas. ¿Un mal día? Ni os imagináis la cantidad de caras largas que entran por esa puerta. Lo bueno es que todos se van contentos.

—Y mareados.

—¡Eso por descontado!

Nos sentamos en la barra, la cual aún está desierta. La música es tenue e insistente; pretende el trance. De ahí al olvido hay un vaso de distancia. ¿Qué nos pedimos? ¿Lo mismo de ayer? Como quieras.

—Aquí tenéis.

Jack nos pone los vasos por delante. Diríase por su frustración que ni así se nos alegran los semblantes. Será que estamos dándole vueltas a los acontecimientos.

—¿Salió todo bien?

—¿Qué quieres decir?

—Eh... tú sabes...

—¡Ah, Jack! Déjalo para otro momento y limítate a ser el cantinero por esta noche, ¿vale?

Veo cómo le hiero su orgullo y cómo pierdo su simpatía, pero ni eso me hace sentir peor de lo que estoy. Me gustaría que no quedasen tantas cosas en el tintero. ¡Espero conciliar el sueño!

¿Qué? Cierto, cierto. Eso es algo que puedohacer por mientras; te puedo contar qué es La Matanza, como le decimos porcariño. Prepárate; es un cuento que pocos toleran.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora