CUARENTA Y OCHO

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El barrio no cambia de piel. Parece estar siempre posando para la doble página de alguna revista de vivienda o decoración, esas que pretenden definir la moda y marcar las dimensiones de espacios inútiles. Los árboles apenas se mecen. Ningún niño en bicicleta. Ningún vehículo en marcha. Es una suerte que sea de día, porque de noche bien podría ser el escenario de un escalofriante asesinato.

La casa de los Grant es la misma que tantas veces visité, solo que esta vez se me presenta como un paredón fantasmal que bien podría convertirse en un rostro grotesco. Su blancura es inexpresiva; es fácil ignorar lo que ocurre dentro.

Toco el timbre. Quédate junto a mí en todo momento, por favor.

—Ya voy... ya voy... —contesta la voz de Vivi, opacada y sin eco.

Nada más aparecer se queda de piedra. Ya no es lo mismo venir aquí. Quizás qué cosas le contó Pat gracias a su detective privado. Porque sí, el detective privado fue contratado por Pat Grant. Ya te habías dado cuenta, ¿cierto?

—¿Podemos pasar?

—Sí... No... —boquea Vivi como si el aire de la calle le fuera insuficiente—. Un segundo.

Nos deja la puerta entreabierta. La empujo para abrirla por completo, pero Vivi ya no está. El vestíbulo resuena hueco a nuestras pisadas. Oímos movimiento en la cocina. Vivi está resguardándose ahí en su fortaleza.

—¿Está Pat?

—¿Pat? —pregunta a su vez, perdida—. Sí... Ya lo creo que sí.

—Bien. ¿Dónde está?

—Arriba, en su...

No acaba la frase, pero ya sabemos a qué se refiere. Seguimos de largo, subimos la escalera y llegamos ante la puerta que no se podía abrir, la cual por primera vez desde que conozco esta casa está abierta, invitándonos a entrar. Pat Grant está adentro. Tiene cara de estar perdido en los recuerdos que apila ahí. No nos oye entrar.

—Hola, señor Grant.

—Sabía que vendrían —empieza sin siquiera mirarnos.

—Conocemos a su informante. Un trabajo bastante pobre.

—Más que suficiente. Hizo lo que tenía que hacer. Ahora ya no lo necesito. —Sus ojos continúan perdidos, aunque ahora nos enfocan—. ¿Y vosotros? ¿Metiendo las narices donde no hace falta?

—Diré que seguimos una pista más concreta que el detective ese. Entendimos por qué Luci terminó con Morton.

—Mira, muchacho, esas cosas pasan. Ni siquiera estaban casados. Pueden volver si así lo desean.

—No lo harán, porque Luci descubrió el engaño.

Pat pierde color. El zafiro desaparece junto a la oscuridad de las pupilas. Arruga la comisura de los labios como un perro rabioso.

—Si insinúas que mi hijo salía con otra, es que no conoces a Morton.

—Justamente, porque lo conozco, sé que no andaba detrás de otra. Y es porque lo conozco que sé lo incapaz que es de suicidarse.

—¡Otra vez con esa estupidez! Morton llamó esta mañana desde Tailandia. Se la está pasando de lo lindo. Jamás debiste tomar esa carta en serio.

Démonos un segundo. Así que Morton vive y está lejos. Era verdad lo que nos contó el detective en el Café Viena hace un rato. ¿Qué artificio significa entonces el maniquí en mi habitación?

—No me refiero a ese engaño —exclamo—. Me refiero a la verdad acerca de Max.

—¿¡Qué ocurre con Max!?

ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora