TREINTA Y CUATRO

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Que Lionel le devuelva la bofetada a su mujer sería un inicio de capítulo más que atractivo, pero me temo que no es así. ¡Qué desperdicio!

Un vecino lo suficientemente entrometido sale de su casa para llamar la atención del matrimonio. Puede que ahora sea un buen momento para escapar. ¿Qué hacemos con el tipejo que nos seguía? Nada, porque intuyo quién le ordenó seguirnos.

¡Andando!

Si te interesa saber cuánto me importa la historia de Lionel, te diré que me importa un bledo. ¡Me usó como un vulgar anzuelo! Es más, te diré que es la última vez que me expongo a sus recados. Y te aseguro que llamará en un par de días como quien no quiere la cosa. Alabará la última poesía, cuando en realidad la poesía debe estar pisoteada en la entrada de su casa. Me pedirá hacer otra. Le diré que no soy su anzuelo ni que seguirá conquistando a su mujer gracias a mis poesías. ¡Usó mis poesías para espiar a su mujer cuando yo las entregaba! ¡Qué sinvergüenza!

«Al menos Lionel no pensó que tú eras el amante de su mujer». Te leo la mente. Siento que hay cierta telepatía entre nosotros. ¿Muy pronto para hablar de química? Sí, muy pronto. En cuanto a lo que estás pensando... ¿Yo? ¿Amante de su mujer? Tendría que tener nervios de acero y una actitud romántica, dos cosas de las que carezco. Y ella... La has visto; preferiría ser amante de una mujer soltera.

Suena el teléfono.

—¿Aló?

—Buenas tardes. Don Carlo quiere hablar con usted. No cuelgue.

—¿No? Pues estoy a punto de colgarme... ¿Aló? —La recepcionista ya no está al otro lado de la línea. Se oyen chasquidos. Y alguien tose—. ¿Don Carlo?

—¡El mismo! Lamento molestarlo, pero quisiera saber cuándo se personará por el hotel para tratar un temita con usted.

—¿Es por lo de la cuenta?

—No, no, figúrese. Es un tema privado que preferiría tratar con usted en persona. Nada urgente, pero en lo que debo hacer hincapié. Estoy a su disposición.

«¿Seguro? Pues entonces quisiera retirar dos cadáveres de mi habitación. Y no, prefiero dar esquinazo a la prensa. Gracias». Cuánto me gustaría poder decir eso.

—Ni idea cuándo volveré al hotel. Ahora no está en mi cabeza. Si me diera alguna idea del asunto que quiere tratar conmigo, le puedo aclarar sus dudas.

—Es usted muy amable, pero insisto... Y ya que estará fuera, ¿quiere que organice la limpieza de su habitación? Puede ser ahora mismo.

—¡No!

—¿Mañana por la mañana?

—¡Por ningún motivo! Quiero estar allá cuando se limpie la habitación... Esto... Soy celoso con mis pertenencias.

—Claro que sí. Un sinnúmero de huéspedes lo son; descuide.

Don Carlo suspira, acaso frustrado.

—Ya... —digo para rellenar la conversación.

—Avise en recepción de su arribo. Yo no tardaré en contactarlo. Hasta entonces.

«Hasta que me dé la gana», diría. Me encanta que al menos tú puedas saber qué quiero decir realmente. ¡Puras barbaridades! «¡Hasta que me dé la gana!» ¡Ja! Como si alguna vez tendré ganas de ir a una habitación decorada con dos cadáveres. ¡Puaj!

Por la hora que es, seguro que Luci ya volvió. O estará a punto de volver. Es hora de hacerle una nueva visita.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora