VEINTIOCHO

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¿De dónde? ¿¡De dónde proviene la señal!? ¿¡Qué demonios le ocurre a la radio!? Diría que se apagó, pero no comprendo por...

La batería del coche de Luci. La maldita batería, muerta como Morton. En el mejor momento.

Cojo el teléfono; este al menos continúa con batería.

—Luci, querida. Hemos asistido en primera fila a una función de ciencia ficción... De maravillas, sí, sí. Te hubiera gustado... o eso creo... El caso es que estamos en tu coche, ¿recuerdas...? Sí, para eso te lo pedí. ¿Todavía no aterrizas? Como sea... La función era un poco larga... No, no, Cuchito no está aquí... Ya... ¿Comida para gatos? Luci, por favor... Como te iba diciendo, la función era larga y nunca encendimos el motor, lo que quiere decir que consumimos la batería por completo... No, no podemos enchufarla a la corriente. ¡No es eléctrico! —¿De verdad Luci cree que la batería de un coche se puede enchufar al tomacorriente?—. No me tomes el pelo... ¿Cuándo vienes? ¿Tan tarde...? Claro que lo arreglaré. ¡Lo arreglaremos! —Solo lo digo para transmitirle confianza; tú puedes seguir con los brazos cruzados—. ¿Antes de que tú llegues? Me la pones difícil, cariño... Está bien, está bien. De seguro que aquí en el aparcamiento alguien nos ayudará... Adiós.

Creo que te has formado una idea. Luci no vuelve hasta tarde, así que ¡manos a la obra!

Teléfono otra vez. Es Lionel. Ya me intuyo lo que querrá. Esta vez activaré el altavoz.

—¿¿¿Y??? ¿Qué te ha parecido?

—Lionel, amigo mío, has estado fenomenal. Como siempre.

—¡No me halagues! Me gustó el papel, sinceramente. Poco más puedo decir. La obra tenía potencial, por lo menos.

—Realmente ha estado fenomenal. Toda la obra. Y tú. No lo digo por halagarte. Y aquí mi confidente opina lo mismo. —¿Cierto que sí?—. Los efectos de sonido estaban bien dosificados, lo que se agradece. Y las voces transmitían emoción, vaya que sí. Nos lo pasamos estupendamente.

—¡Me gusta oír aquello! Una opinión divergente, para variar. Las reacciones que he conocido hasta ahora son de auditores que quedaron atragantados, por decirlo de alguna manera. No se lo pasaron tan bien, a decir verdad.

—¿No? Quizás no tengan tanta imaginación.

—No, no es por eso. Fue el final. ¡Y vaya final! Yo sabía que sería un poco crudo, pero así tienen que ser los finales épicos. Técnicamente fue un cierre abierto. Sé que no eres mucho de dejar las cosas abiertas a interpretación, pero algunas veces funciona. A ti ¿qué te pareció?

Otra pregunta más. Una respuesta menos. A mí, precisamente a mí, que con cada muestra de mi ignorancia me percato de lo mucho que vivo. ¡Maldita batería!

—El final... En este caso, creo que estuvo bien.

—¿Lo crees? Jamás creí que te gustase.

—Eh... Digamos que lo llevaron a la práctica con maestría. Estoy siendo lo más objetivamente posible.

«Tanto, que carezco de objeto», estuve a punto de añadir.

—¿Sí? Bueno, el escritor eres tú. Los guionistas pecan la mayoría de las veces con obviar situaciones, pero aquí fue todo lo contrario. Eso es lo que puede disgustar a la audiencia. Tu opinión es algo que puedo repetir sin miedo a equivocarme. Así pues, ¿aplaudo al guionista?

Madre mía. Y pensar que me creo capaz de llevar una conversación por los derroteros que me convengan, pero no siempre resulto un buen guía. ¡Estoy atrapado! Por lo tanto, nada mejor que utilizar una de las técnicas narrativas más repudiadas por todo aquel que siga una historia.

—Lionel, amigo mío, me encantaría discutir la historia contigo en detalle, pero me pillas un poco ocupado. Debí aplazar una reunión para atender a la obra. Espero que comprendas.

—¡Por supuesto! Aunque no me imagino en qué andarás. Como sea, te llamé para otra cosa. —¿Ah, sí?—. Quiero pedirte un favor.

—Si lo sueltas en dos segundos, te oigo.

—Tengo unos días acumulados. La grabación de Meteoro y la caída ingrávida me noqueó. Fueron más de ocho días de trabajo sin parar, así que reservé un hotel para este fin de semana. Necesito una notita amorosa y un tanto sugerente. Nada del otro mundo.

—Vale. Puedo hacerlo.

—Y la pasas a dejar donde siempre. Por favor.

—¿Hoy?

—Sí, hoy. Yo celebraré la emisión con los muchachos, así que no volveré hasta tarde.

—Muy bien. Cambio y fuera. Espero no toparme con asteroides.

—¡Ja! ¡Un verdadero bromista! Ten...

Le corto, porque Lionel es capaz de apalearme la oreja.

Acabas de descubrir cómo compenso yo los favores de Lionel. Él me regala un poco de lo que hace y yo le regalo un poco de lo que hago. El equilibrio de las relaciones; nada mejor para prolongar el hastío de las formalidades.

Y está el asunto de la batería. Por aquí tiene que estar el mecanismo para abrir el capó. Sí, este ha de ser; debajo del volante, prohibitivo para obesos. ¡Clac!

Ahora falta encontrar a alguien que nos dé corriente. Apeémonos que el paisaje me agobia. Y quizás cuánto debamos esperar como si no tuviéramos algo mejor que hacer. Al menos el aparcamiento está casi lleno. Es cosa de tiempo hasta que aparezca alguien...

[...]

Me gustaría ahorrarte las necedades, pero ya ves cuántos nos han esquivado; o no tienen los cables para transmitir electricidad o bien creen que la batería de sus propios automóviles se arruinará. Y tú también oíste a los otros, aquellos que optaron por la excusa típica de las ciudades diciendo que andaban cortos de tiempo. ¡Vaya excusa, como si a nosotros nos sobrase!

Ahí viene una camioneta. Aparca cerca de nosotros. El tipo se baja y es él quien se interesa por nuestra suerte.

—¿La batería?

A todas luces se trata de un entendido.

—La estrujamos por completo. Nadie parece andar con cables o con tiempo para darnos energía.

—Aquí viven más mujeres que hombres; son pocas las que saben de estas cosas.

Lo dijo él, no yo.

—No vivimos aquí. Somos amigos de Luci. Quizás la conozcas.

—¿La del gato?

—Esa misma.

—Me pareció reconocer su coche. Pues bien, manos a la obra. ¿El capó está abierto?

—Sí, solo hay que levantarlo...

No acabo de decir esta frase cuando el tipo lo intenta sin lograrlo.

—¿Seguro?

—Sí, tiré del gatillo y oímos el clac. Está abierto.

El tipo forcejea un poco más. Niega tras unos intentos. Saca un cortaplumas del pantalón y desliza la hoja más larga por la ranura. Cuando topa con el seguro niega otra vez; su cara es de pesimismo.

—El seguro está trabado. No hay manera de abrirlo.

—¡Pero...! Oh, ahora recuerdo. Luci chocó hace dos semanas y debió reparar el capó. Probablemente no lo ha vuelto a abrir.

—Apostaría por ello —sonríe el tipo de la camioneta, pero pronto apaga la sonrisa—, pero se supone que no debo ir por ahí apostando; debí dejar de jugar.

—Mis condolencias, hombre. Hubiera aceptado de buena gana. Hum, volviendo al coche, ¿qué podemos hacer para abrir el capó?

—Aquí cerca hay un mecánico. Lo conozco de hace tiempo, porque él revisa mi camioneta. Os puedo remolcar hasta allá.

—¡Eso estaría de lujo!

Sí, claro que debemos ir. ¿Qué puede salir mal? Es el coche de Luci y Luci no lo solucionará. Se supone que esto es lo que hacen los amigos, ¿cierto?


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora