CUARENTA

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Aquí es. El Manicomio Estatal. Gris y rectangular, tal y como son los manicomios en el imaginario colectivo. De noche sería el escenario ideal para una película de zombis. Una de esas de bajo presupuesto en donde aparecen dos o tres personajes y el relleno consiste en ruidos y falsas señales. Y hablando de bajo presupuesto, el manicomio debe de tener uno. Es estatal y con eso basta decir, pero ni siquiera hay guardia y en la recepción somos los únicos, amén de la gorda recepcionista que nos mira por sobre sus lentes de medialuna.

—¿Sí?

—Eh... —Caigo en la cuenta de que no sé cómo haremos para conseguir una cita—. Mire, venimos de parte de la familia Grant. Soy una especie de primo lejano de Max. Y de Morton, si eso le dice algo. ¿Puedo visitarlo?

—Necesitaré su credencial. ¿Pretenden visitarlo juntos? —Te mira a ti—. Las visitas son en solitario y uno de nuestros enfermeros debe estar presente en todo momento.

—Iré solo, entonces. Aquí tiene.

Le tiendo mi credencial. Esta es la real y no la falsa; la falsa que uso para trabajos de investigación. Después me encargaré de relatarte toda la entrevista con Max. ¿Por dónde empezar? ¿Qué le digo? En cierta forma, tu presencia me daría algo de confianza.

—A esta hora nuestros internos están en la sala de estar. Max se queda pegado a la televisión. Si alguien lo distrae se enfurece lo indecible, así que me temo que tendrá que esperar a que termine la hora recreativa. —La recepcionista consulta su reloj y tose para aclarar su voz de fumadora—. Antes de llevarlo a su celda será llevado a la sala de visitas. Últimamente lo han visitado más de lo normal, ¿pasa algo?

—¿Algo como qué?

Ella exhala pesadamente.

—Demás está decir que no puede alterar a Max. El enfermero que estará presente tiene derecho a interrumpir la entrevista si según su criterio la conversación incomoda al interno, ¿estamos de acuerdo?

—¿Eso es todo?

—Nah, nah, deberá llenar este formulario en donde se indica si sufre alguna enfermedad, qué medicamentos consume, cuál es su grado de relación con el interno, etcétera.

Me tiende un formulario de varias páginas. Espero terminarlo antes de que Max sea devuelto a su celda. En el ínterin, puedes divertirte pensando cómo debo llevar la conversación.

Por mi parte, me gustaría entrar ahí y decir sin tapujos: «Eh, Max, no te acordarás de mí. Pero descuida; tampoco me volverás a ver. Soy el mejor amigo de tu hermano Morton (quien seguramente te enviará sus saludos, allá donde esté). Lo que quiero saber es si Luci, la novia de Morton, estuvo aquí el lunes de la semana pasada y, en caso afirmativo, quisiera saber de qué fue lo que hablaron».

¿Crees que funcionará? ¿O te estarás preguntando por qué creo que Luci vino el lunes de la semana pasada? Ella insinuó que debió quebrar con Morton el lunes de la semana pasada, apenas se enteró de algo grave. No fue a la despedida del día jueves a la que sí asistió Max. Y en su mensaje de texto sugiere que visite el manicomio donde está Max. Demasiadas coincidencias, ¿no te parece?

Pero ahora te pido silencio. ¡Debo concentrarme en este maldito formulario!

[...]

Han pasado varios minutos. La doble puerta se abre para dejar entrar a un enfermero de espalda triangular. Tuvo que inclinar levemente la cabeza para pasar bajo el dintel. Tiene un bronceado latino, pero hay algo definitivamente asiático en sus rasgos. Quizás es uno de esos isleños vividores de la vida que han decidido cambiar la playa y la humedad por el cemento y el aire acondicionado. Solo por eso está bien que trabaje en un manicomio. Se acerca a la recepción para pedir el formulario que antes le pasé a la recepcionista, quien no está en su puesto. Yo diría que salió a fumar, ya que saltó de su silla como un resorte. El enfermero se reclina sobre el mostrador para coger el formulario. Lo hojea y luego de unos segundos se dirige a nosotros.

ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora