VEINTIUNO

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Max era un niño normal. Al menos los médicos dijeron que nació normal. Y lo siguió siendo por buena parte de su infancia, como me lo dijo Morti. Ten en cuenta que todo lo que te contaré me lo dijo él.

Los confundían constantemente como les ocurre a todos los gemelos. Si me preguntas a mí, las diferencias son evidentes. A mis ojos, Max es el ancho y bruto, mientras que Morton es el esbelto y el flemático. Es como si los hubieran separado nada más nacer. ¿Conoces el experimento? Separa a dos gemelos; pon a uno en el Caribe y a otro en Siberia y déjalos crecer. Verás cómo difieren sus personalidades.

Los hermanos se llevaron bien o tan bien como pueden llevarse dos hermanos. Nunca tuvieron un problema preocupante. Cuando llegó el tiempo de la escuela, el pediatra que veía a ambos sugirió que Morton demorase un curso, ya que era más frágil que Max. A este lo matricularon de acuerdo a su edad. Pasaron pocos años hasta que Max repitió un curso en la escuela y quedó a la par que su hermano, el inteligente y estudioso Morton.

«Aquí partió todo», dicen los pocos que conocen la historia. Yo creo que no fue así, pero es mi manera de interpretar la historia que me contó Morton. Tampoco creo que ese evento explique todo, porque a mi entender el mal nace dentro del malvado, el cual se rinde a la maldad interna una vez que ya no la puede contener dentro de sí. Por eso hay gente buena que ha sufrido los embates más cruentos de la vida y sigue siendo buena.

El asunto es que los hermanos coinciden en el curso. Afortunadamente, la edad de los niños y la astucia de los profesores no recayeron en la grave falta que representaba repetir un curso.

Así pasaron dos años hasta que un día la directora de la escuela llamó a los padres de los muchachos.

—Estimados señores Grant, ¿cómo estáis? No hace mucho que nos vimos en esa competencia de atletismo. ¡Estuvo maravilloso! —Vivi tuvo que haber celebrado de lo lindo. Me limitaré a imitar la voz de la directora, a quien imagino ronca de tanto fumar; a los padres no los imito porque ya los conoces—. Sí, sí, el próximo año esperamos ganar más medallas. Ahora bien, como supondréis mi cita tiene que ver con los muchachos. Cuando ha tocado felicitarlos por las notas en el caso de Morton o por los deportes en el caso de Max, lo he hecho. Hoy toca poner sobre la mesa otro asunto muy distinto... y muy triste, a mi pesar.

Por lo que conozco a Vivi me figuro que habrá agarrado la mano de su marido como si estuviesen prontos a atravesar una turbulencia aérea.

—Ocurre que las notas de Max siguen siendo nefastas. Desde la última vez que hicimos hincapié en su rendimiento no se ha superado. —Era, en efecto, un niño problemático que conseguía siempre las calificaciones mínimas—. Esto significa que no podrá sostener el ritmo de su clase. Deberá repetir un año. Sí, ¡otra vez! Ya sé, ya sé. Lo ideal en estos casos, estimados señores Grant, es que Max asista a otra escuela. No es un mal muchacho y no es que sea el primero que repite dos veces, pero está su hermano gemelo. Digamos que Morton lo está superando... ¡Morton es un excelente muchacho! Acabará destacando en la profesión que sea. No puedo decir lo mismo de Max... ¡De momento! Tarde o temprano cambiará. Ahora insisto con que sea puesto en otra escuela. Muy a mi pesar, creo que es lo mejor.

Era una pena, claro que lo era, pero los padres no querían buscar otra escuela. ¡Tenían un sinfín de razones! Que las distancias, que los chicos debían permanecer juntos, que los nuevos compañeros de Max se comportarían, ya que Max les sacaba dos años... En fin, una sarta de excusas para no hacer lo que debieron hacer.

¿Qué pasó? Pues lo que era de esperarse; Max se convirtió en el matón del nuevo curso. Los niñatos lo odiaban y él se desentendió de los estudios por completo. ¡Ponerse a estudiar era darle en el gusto a los profesores a quienes les demostraría que era un tremendo imbécil! No, no pasaría por tamaña humillación... otra vez.

ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora