VEINTIDÓS

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¿Por dónde iba? Ah, cuando Max quedó machucado. Gracias por recordármelo.

Morton no la pasó bien como te imaginarás. Creyó que su hermano moriría y luego, cuando supo que sobreviviría, pensó que quedaría paralítico o algo por el estilo. Nada de eso; un niño de doce años puede reparar los daños de sus huesos y de sus músculos sin a veces grandes secuelas. Siempre y cuando los órganos vitales no se vieran afectados, como en el caso que nos ocupa.

Los Grant tenían una casa en la playa. No era gran cosa según me contó Morton, pero para ellos era el paraíso. De una planta, madera blanca y a la sombra de dos grandes palmeras. Queda a unos cien kilómetros de la Ciudad, pero para ellos era como viajar fuera del país de lo distinto que se les antojaba.

Instalaron a Max allá y, como es natural, Vivi se quedó con él. Los indicios de la ira de Max se disiparon y volvió a ser un niño común y corriente. Los hermanos dejaron de verse con frecuencia para encontrarse los fines de semana largos o para alguna festividad importante. Era Morton quien viajaba con Pat. En esas ocasiones los hermanos se dedicaban a jugar. Casi nunca hablaban de la escuela, porque a Morton le interesaba disfrutar de esos días en la playa y a Max le interesaba jugar con alguien de su edad.

¿Mencioné en el preámbulo que sobrevendrían los celos? Por aquí afloraron, porque si bien los gemelos no hablaban de la escuela, Morton llevaba una vida normal cuyos detalles llegaban a oídos de Max sin ánimo de herirlo pero hiriéndolo igual. Que el campeonato de básquetbol, que el campamento con sus amigos, que la ida al cine y todas esas cosas molestaron profundamente a Max. Sintió celos como nunca antes sintiera de su hermano. ¡Él también quería tener algo especial! ¡Él también quería contarle algo nuevo a su hermano aparte de cómo sentía acomodarse sus huesos! ¡Quería contarle algo que lo sorprendiera!

Los celos son una cosa terrible.

En uno de esos viajes, Morton le pidió a su papá que le comprara un libro de la Atlántida que había leído en la escuela para regalárselo a Max; estaba seguro de que le gustaría después de verlo postrado en la cama a pasos del mar. ¿Qué padre se negaría? Hasta entonces Max nunca había terminado de leer un libro, pero era muy pronto para perder todas las esperanzas.

El caso es que el libro le fascinó. Fue el primer libro que terminó de leer en su vida. ¡Eso era lo que necesitaba! ¡Despertar la imaginación! De todos los viajes que Morton hizo a la playa, ese fue el que más lo satisfizo. Y también fue el último de los viajes felices que realizó en ese periodo de calma. No querría volver a ir a la playa.

—¿Y eso?

—Escucha, Johnny Daniels —repongo un tanto beodo.

Max ya podía caminar con muletas y el mar estaba ahí cerca, a tan solo pasos por la arena, así que se le ocurrió salir en busca de la Atlántida. No sé si estará claro a estas alturas que, por más incendiada que esté la imaginación de un muchacho, la cordura de Max era débil. Cualquiera creería que se conseguiría un bote o una tabla para flotar, pero nada de eso. ¡Habrá asumido que la Atlántida estaba hundida frente a la costa!

Se internó en el mar hasta que flotó. Pudo nadar mar adentro. Nadó y nadó hasta que sus fuerzas cedieron. Quién sabe cuánto fue lo que realmente se alejó de la costa. Digamos que lo suficiente para que ya alguien estuviera nadando en su rescate cuando se ahogó. Se le llenaron los pulmones de agua y tal y como se supo después, el cerebro dejó de oxigenar por espacio de varios minutos. Conclusión: muerte cerebral parcial. Ya tenía la mitad del cuerpo aporreado, como si lo único que le faltase fuese apagar medio cerebro para reducir funciones a la mitad. ¡Álgebra cruel!

Estuvo en coma por semanas. Morton se sintió desgraciado durante todo este tiempo. Se recriminó ser el culpable de darle esas ideas a su hermano. ¡Era obvio que se había ahogado para ir en busca de la Atlántida! Sus padres le quitaron importancia, pero no sonaron lo suficientemente convincentes a oídos de Morti.

Y así, por fin, llegamos a "La Matanza".

Era de noche en la planta de cuidados intensivos. Max no era el único en coma, ni mucho menos. De pronto salió del coma y como un autómata entró en acción. Se sacó el ventilador y el suero. Pudo ponerse en pie a duras penas apoyado en los bordes del camastro. Aún le quedaban fuerzas o si no, no sé de dónde las sacaría. ¡Después de haber estado en coma por semanas!

Aquí vamos: imagínate a Max, lenta pero concienzudamente, caminando entre los camastros, ¡desconectando a los otros pacientes terminales! Uno a uno como si no fueran más que máquinas que alguien le hubiera ordenado desenchufar.

Las enfermeras de turno estaban durmiendo, como se supo luego cuando hicieron el sumario. Durmiendo juntas —if you know what I mean—. Atraparon a Max por el pitido de los monitores y las alarmas de los enfermos conscientes. Para entonces había logrado desconectar a cuatro pacientes, los cuales murieron como yo moriría si me quitaran el vaso ahora.

Esto fue conocido como "La Matanza". Morton se reía. Así se habló del caso en su época. Para él las matanzas eran muertes masivas. Se burlaba de lo sensacionalista de los periódicos, incluso a sus doce años. Me reveló que desde entonces nunca volvió a ser tan feliz como logró serlo en momentos luminosos de su niñez.

Muchos años pasaron antes de que le contara este trágico suceso a alguien que no fuera un sicólogo. Ese alguien fui yo. Si mal no recuerdo, lo último que me contó fue que su hermano explicó, con la boca torcida y con palabras más pastosas que las mías, que en sueños los otros pacientes le hablaron y le regalaron sus fuerzas para que él sobreviviera y ellos que estaban viejos murieran. Max no hizo más que repetir sus peticiones. De más está decir que un grupo llamado los Eutanáticos se aprovecharon de "La Matanza" para levantar pancartas y organizar protestas. Max les sirvió como un mesías por un tiempo.

¡Y ya está! Ahora conoces la historia. Sobra decir que de ahí internaron a Max en un manicomio y que no volvió a salir más. La única excepción era con el consentimiento de los padres y una vigilancia constante. Así tuvo que ocurrir el jueves de la semana pasada, por poner un ejemplo, cuando llevaron a Max a la despedida de Morton.

Max no es un loco peligroso, pero Morton no quiere —no quería— que continuara siendo parte de su vida. Él lo mató con lo de la Atlántida, en cierto sentido. Eso es lo que él cree —lo que él creía—. Desde entonces son tan gemelos como las caras de una moneda.

The End.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora