VEINTINUEVE

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En efecto, el mecánico está a la vuelta de la esquina. Nunca pasé por esta calle, porque para llegar al edificio de Luci tomo la calle que cruza la Avenida. Tampoco visité mucho a Morton desde que se fue a vivir con Luci. Todo eso parece ser de otro siglo, pero no; ni siquiera es remoto, sino que reciente. Siento que eso pasó ayer... ya sabes.

El taller del mecánico es igual a todos los talleres mecánicos que conozco. Puedo establecer la hipótesis de que son todos iguales a lo largo y ancho del mundo; grises y tan atochados de objetos que uno se siente en una lata de sardinas aunque de pared a pared sea espacioso. Cuidado por donde pisas, porque en cualquier momento nos resbalamos sobre una poza de aceite o nos caemos en una de esas fisuras oscuras.

A excepción de nosotros, el taller parece estar vacío.

—¡Sam! —grita el tipo de la camioneta que nos remolcó.

Un sonido metálico repercute en el eco del taller. Conozco ese sonido, porque diría que lo utilizan en las películas cada vez que la escena transcurre en un taller mecánico. Imagino que Samuel, concentrado en su faena, dejó caer la llave inglesa que estaba utilizando.

—Ya voy... Ya voy...

Aparece un overol negro. Originalmente azul, la grasa se encargó de teñirlo de pies a cabeza. Dentro de él debe de haber un hombre, pero con esa máscara de soldar, esos guantes y esa manera artificial de caminar parece un robot a punto de pulverizarnos.

Ahora Samuel se levanta la máscara... y sí, debajo de ella hay un hombre. Uf, estamos salvados.

—Hola, ¿tienes tiempo de ver una batería? —pregunta quien nos trajo.

—¿Nuevos amigos?

—No, cabezón, yo soy un buen cristiano. Los estoy ayudando.

—Una acción buena al día... ¿Caíste en eso?

—Sí o no, es fácil.

Samuel suspira. No logro captar si entre él y el tipo de la camioneta hubo amistad o, por el contrario, rencillas. Como sea, diría que estoy viendo la sombra de una antigua camaradería. Tienen la misma edad, años más o menos. El tipo de la camioneta es de los de las voces cantantes. El mecánico... ¿qué te parece a ti? Un poco lento, quizás.

—Está bien. El mundo no se acaba. La batería será. Pero pudiste arreglarla tú, so vago.

—Lo hubiera hecho, genio, pero resulta que el capó está trabado.

—Un trabajo de cerrajería —resume Samuel, desganado.

El tipo de la camioneta aplaude. Palmea uno de los brazos de Samuel y se despide de nosotros con la misma presencia con que nos encaró allá en el aparcamiento.

—¿Sois de por acá?

—No, pero una amiga lo es. Suyo es el coche. Esto es una especie de favor.

—Claro, claro.

Samuel se encoge de hombros. Se saca los guantes. A continuación va a por un generador. Vuelve al cabo de un rato, pero pasa de largo para ir en busca de sus herramientas. Las descuelga de un gran panel que recuerda al estudio de grabación que nos mostró Lionel. Trae una palanca, un destornillador en forma de paleta y un alambre.

Reconozco que estoy ansioso por ver cómo lo solucionará. Por mientras dejaré que mi curiosidad me lleve por el taller. ¿Vienes? No creo que a Samuel le moleste. Eso sí, metámonos las manos en los bolsillos para ahorrarle cualquier inconveniente.

—No os alejéis que termino en un santiamén.

—Nos quedaremos aquí.

Está claro que quiere volver a su labor. Algún respeto debe sentir por el tipo de la camioneta si acepta dejar todo para hacerle un favor. Hablando de favores, puede ser ocasión de ocuparme del favorcillo que le debo a Lionel. Quizás en este escritorio... si encuentro algo de espacio. No, mejor no; cualquier papel se ensuciará y esto se supone que es una nota de amor. Hum, ¿ves algún lugar?

ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora