TREINTA Y SEIS

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—No, Luci. No puedo.

Rechazo el porro y espero que también tú lo hagas. Algo que dijo Luci me ilumina la cabeza. Hay una manera de averiguar qué ocurrió con los hermanos una vez se bajaron del autobús. Significará un gran esfuerzo, pero esta es una historia que lo merece. ¡Ven!

—¿Ya os vais? ¿Tan mala anfitriona soy?

—Lo sentimos, Luci, pero acabo de tener una de esas ideas que no me dejarán de consumir los sesos.

—Yo por eso prefiero no tener ideas —dice dándole una calada prodigiosa al porro.

No muy lejos de Luci vive Eurídice. Es cierto que fue mi novia. La conocí por Morton, porque asistieron a la misma clase durante toda la escuela. Ella tuvo que estar presente cuando lo del autobús.

La noche es joven cuando llegamos frente a la puerta de Eurídice, siempre y cuando no se haya mudado. Antiguamente le lanzaba guijarros a su ventana, pero ahora pulso el timbre como haría una persona común y corriente.

En el dintel aparece Eurídice. Está igual de hermosa que la última vez que la vi. Vamos, que tampoco ha pasado tanto tiempo. Y, tal como la última vez, su rostro es infranqueable. Viste ropa de deporte. Te mira a ti antes de arquear una ceja. La misma ceja que tantas veces se arqueó por mí.

—Sea lo que sea hazlo rápido. Voy al gimnasio.

—¿A esta hora?

—¿Y a ti qué te importa lo que yo haga?

Las garras de la fiera. Antes me excitaban. Ahora las aborrezco.

—Será solo un momento, Eu. Necesitamos saber algo de los tiempos de la escuela.

Otra vez te mira a ti. Yo sé que intenta deducir qué papel juegas en todo esto. ¿Celos? ¿Curiosidad? Sea lo que sea, lo disfruto.

—Pues pregúntale a Morton.

—Ese es el primer problema; que no puedo preguntarle.

Eurídice suspira y pone los ojos en blanco y los brazos en jarra. Es tan mala actriz como yo.

—A ver, si vienes a verme acompañado, espero que no sea para montarme un espectáculo. No puedo imaginar qué puede ser tan importante que me lo preguntes a mí.

—Ocurrió algo en la escuela... Digamos que estoy trabajando en un reportaje.

—¿Ahora cuentas con ayudante?

—Sí, eso es —respondo antes de que pueda proponer otras opciones.

—O sea que te va mejor.

—Ejem... ¿Recuerdas cuando Morton y su hermano se bajaron del autobús esa vez que Max desapareció?

—Sí. Despidieron al chófer. Una pena.

—¡Exacto! Pues bien, todos sabían que Max se escapó del autobús en el aparcamiento. Es decir, cuando ya nadie lo observaba. Ahora bien, resulta que se escapó desde la escuela. ¡Se bajó del autobús al igual que el resto!

—En efecto. ¿Y? ¿Ahora les robas las historias a los otros? ¿Qué pasó con Don Creatividad?

—Por lo que más quieras, Eu. Es importante. No vendría a molestarte, pero nadie más nos puede ayudar. Solo necesitamos saber cómo fue que Max escapó. Prometo que nos largaremos luego.

—Ah, como quieras. Ese día Max no entró en la sala de clases. Yo siempre corría para sentarme en la primera fila y veía entrar a todos. Max no entró. En el primer recreo oí que había realizado el escape más grandioso de toda la historia de la escuela. Se ocultó en una bolsa de basura y se lanzó en el contenedor.

—¿Y qué pasó después?

—¿Cómo quieres que lo sepa? Se escapó precisamente para que no lo siguiéramos.

—Pero todos lo buscaron cuando estuvo desaparecido.

—Obviamente. Fue una locura. Mis padres se unieron a las rondas de búsqueda, pero a mí no me dejaban ir. Ni al resto de los niños de la escuela, porque podía ser peligroso.

—¿Ni a Morton?

—Morton estuvo feliz durante los días en que Max no apareció. ¿Fueron tres días? Él pensaba que su hermano no volvería. ¿Nunca te lo contó? —A nuestras espaldas aparece alguien que captura la atención de Eurídice—. Ya me vienen a buscar. Es hora de hacer un poco de deporte. A ti te haría bien.

No me da tiempo a contraatacar. Se abre paso entre nuestros hombros y se va con el corredor que apareció con una tenida fosforescente y apretada.

Así que Eurídice dio vuelta a la página. Bien por ella, mal por él.

Dejemos que se marche. Ahora sabemos cómo se escapó Max. Lo que no sabemos —y dudo que lleguemos a saber— es por qué se escapó. Sea lo que sea, intuyo que está ligado con esta historia.

Alguien me llama.

—¿Aló? Ah, Don Carlo... No, esta noche tampoco dormiré en el hotel... ¿Mañana termina mi estadía? ¿Y por qué no me lo dijo cuando hablamos antes...? Ajá... Está bien, pagaré las noches adicionales... Claro que sí... Súmeme dos noches, por favor... Sí, eso es, dos... Espero largarme luego... Buenas noches.

Corto el teléfono. Sería sensato dormir en la habitación que estoy pagando, pero... A no ser que retiremos los cadáveres por nuestra cuenta. ¿Qué dices? Que en la noche todos los gatos son negros... O sea que dos cadáveres pueden parecer vivos. Estoy cambiando de parecer. Rayos, quizá me arrepienta de lo que estoy a punto de hacer.

Llamaré a Don Carlo. ¿No estás de acuerdo? Pues deja de leer y quédate con el cargo en tu conciencia.

—Don Carlo, soy yo... Cambio de planes. Sí iré al hotel. Es más, voy de camino... Lo recuerdo, pero preferiría que nos juntásemos mañana... Claro que podemos desayunar... Sí, sí, espléndido... Buenas noches.

Ya está. ¡A la escena del crimen!


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora