VEINTICINCO

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Y ahora ¿qué? ¿Se te ocurre algo?

«Ve y haz lo que tengas que hacer», te oigo decir. Suena fácil desde tu posición, pero no lo es. Ponte por un segundo en mi lugar. ¡Dos cadáveres! Y Rosa debe estar hinchada y apestando a...

No quiero ni pensarlo.

Suena el teléfono. ¿Será Rami para forzarme a pagar la limpieza? El muy vivaracho cuenta con una información que puede usar en mi contra. Sabe dónde están los trapos sucios; basta con que llame a la policía para que mi nuevo alojamiento sea la cárcel.

Afortunadamente quien llama es Lionel. ¡Vaya sorpresa! Lo pongo en altavoz para que te enteres de qué va la conversación; lo mío es tuyo hasta que podamos desenrollar este embrollo.

—¡Amigo mío! Terminamos de grabar hoy en la mañana. Transmitirán el primer episodio en menos de una hora. ¿Tienes alguna radio a mano?

¿Radio? ¿De dónde voy a sacar una radio?

—Ya me conseguiré una o me meteré en un boliche —respondo—. ¡Enhorabuena por lo de la grabación!

—¿Qué es eso de conseguirse una radio? De seguro que tu teléfono tiene una radio. ¡No te lo pierdas!

—Ah, entonces no me lo perderé por nada del mundo...

—Te llamaré luego para ver qué te ha parecido.

Así que deberé oír la maldita transmisión. ¡Hurra! ¡Como si tuviera neuronas para concentrarme en una nueva historia!

—Fantástico...

—Te fascinará —¡Pensé que Lionel había colgado!—. La edición es un lujo y los sonidos ambientales son para no creérselos.

¿Sonidos ambientales? ¿No es una obra que ocurre en el espacio?

—Por supuesto que te daré mi veredicto, Li. ¿A qué hora parte la transmisión?

—A las dos de la tarde. Es un horario fatal, pero el director de la radio dice que a esa hora la gente almuerza o bien está intentando reposar. Ya nadie le presta atención a la radio más que a esa hora. Por la mañana están los noticiarios y en adelante las mismas canciones de siempre. Tanto es así que una radio que no transmita más canciones que contenido puede darse por muerta.

—A lo que hemos llegado.

—Y eso no es todo... Creo que esta será la última obra que grabaré jamás para una radio.

—¡Pero...!

—Ni me lo digas... Es triste, pero supimos desde el principio que esta obra en particular era como un canto de cisne. ¿Así se dice? Sí, bueno. Es un homenaje. Pura nostalgia.

—De eso también se vive, Li.

—Díselo a los que nos oyen, pero no a nosotros que somos a quienes se nos paga.

—¿También andas con problemas de dinero?

—¿Qué quieres decir?

—Oh, nada. Lo siento, a veces digo cosas que corresponden a la trama que estoy pensando.

—Será una herramienta muy útil con las mujeres. Quedarán encantadas cuando comprueben que no las estás oyendo.

—Precisamente por eso no paran de dejarme, una tras otra.

—¡Ánimo! Ya aparecerá una que no oiga lo que tengas que decir y entonces todo irá viento en popa.

Era una manera interesante de enfocar mi problema con las relaciones. Era un incentivo para no retirarme a una ermita, cosa que he planeado en más de una ocasión.

—Debo colgar —suelta Lionel—. ¡A las dos! ¡No te olvides!

Claro que no me olvidaré, porque luego tendré que rendirle cuentas. Reviso mi teléfono. La batería se agotará pronto si oímos la radio. El cargador está en la Habitación Amalfi... Y aunque tuviera la batería al máximo, no nos quedaremos de pie con las orejas pegadas al teléfono; pareceremos siameses pegados por la cabeza.

Uno va al cine para ver una película. ¿A dónde va uno para oír una obra radiofónica? No tengo hogar y es ridículo pensar en el Hotel Montenegro... El único lugar en el que pienso ahora es en el hogar de Luci. Ella tiene una radio. Creo que es la misma que le regaló Morton. Se la pasó a Luci, porque una vez concluyó que la radio no hacía más que «enmudecer sus pensamientos». Por eso ni leía. Y Luci la recibió de lo más bien, porque era un regalo de su amado. Creo que incluso con una piedra regalada por Morton se hubiese contentado.

Deja que llame. Te pongo en altavoz otra vez para que oigas cómo nos va.

—¿Aló?

—Luci, soy yo. ¿Conservas la radio que te regaló Morti?

—Sí, está flamante. Y yo también, por si te interesa.

—Muy bien por ti. Necesitaré la radio por un momento.

—¿Desde cuándo que oyes radio?

—Un llamado de inspiración, podría decirse.

—Ya... Eso, eso... —Luci no está concentrada—. ¿Quieres la radio?

—Sí, a las dos de la tarde.

—¿Desde cuándo tienes un mínimo de respeto por el horario?

—Gracias. Es por trabajo.

—¿Desde cuándo tienes un trabajo?

Yo reconozco esa entonación. La usa siempre cuando alude a un trabajo "de verdad".

—Luci, es serio. Así que tienes radio y yo la puedo utilizar. ¡Genial! A las dos estamos allá.

—¿Sigues acompañado? Vaya, te apareció una lapa. Bien, bien... La radio de Morti, claro... Pero yo no estaré en casa. De hecho, ahora mismo ya no estoy en casa.

—¡Luci!

—Está bien, está bien. La radio está en mi casa y yo estoy afuera, por lo tanto, la radio está encarcelada. —¿Está fumada?—. Pero tiene que haber otras radios... Es una ciudad, ¿sabes?

—Bueno, pues resulta que en TODA esta ciudad la única radio que YO conozco es la tuya.

—Sí... No. Hay más radios por ahí. Estoy segura.

—Bien por ti. Dime cuál es tu garantía para estar tan segura.

—Piensa... ¡En los coches! ¡Todos los coches tienen radio!

—Piensa... que no tengo coche.

—Pero yo sí. Lo dejé aparcado donde siempre.

—O sea que estás en casa.

—¡Que no, te digo! —chilla Luci—. Estoy fuera, pero el coche está en casa... En el aparcamiento, ya sabes... Y las llaves están donde siempre.

«Donde siempre» no me dice nada de nada.

—¿En... tu bolsillo?

—No, detrás del guardabarros de la rueda delantera.

—¿Cuál?

—La del piloto, obviamente.

Tapo el teléfono para poner mi cara de pocos amigos. (En otra ocasión escribiría «te lanzo una mirada asesina», pero no quiero tener que ver con asesinos. ¡Como si yo fuese uno!)

—Gracias, Luci. Y buen vuelo te desea Weed Weirdlines.

—¿Vuelo a dónde? Oh, gracias.

Tuve que imaginar el «estúpido» en mi mente, ya que no llegué a oírlo. Sobreviene un silencio. No sé quién dispara primero el gatillo disfrazado de botón rojo para matar la comunicación.

¡Nuevo rumbo! A casa de Luci otra vez. A dar una vuelta en coche.

Un segundo... Los coches tienen maleteros. Un carro de aseo y un maletero.

Naturalmente pienso en ello. ¿Tú no?


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora