CATORCE

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Nada más entrar en el Hotel Montenegro asumo que algo va mal. La recepción es un suceso de susurros y maldiciones apagadas. Detrás del mesón está representada toda la jerarquía del hotel por un ejemplar de cada nivel.

Como ves, el de más atrás parece ser el jefe. Todos están vueltos hacia él. Las luces de la recepción se reflejan en su calva. Tiene los ojos pequeños y juntos, lo cual hace suponer que requiere de gafas que no se ven por ninguna parte. Lleva una camisa demasiado ajustada, lo que compromete a todos los botones que le quedan a la altura de la panza.

A propósito de botones, ese que se viste como monito de circo debe de serlo. ¿Quién pretende vestir a los botones de semejante manera fuera de una película? Otro cliché de esos que hay que evitar para no caer en la mansedumbre genérica.

La chica es —redoble de tambores— la recepcionista. ¿Quién si no llevaría el cabello tan tirante? Y en cuanto a esos aros vistosos como perlas de ostras desnutridas, creo que nadie más se atrevería a ponérselos.

La otra es una mucama parecida a la que me roció agua en la cara, aunque más se parece por la vestimenta que por la fisonomía.

Los cuatro mantienen una conversación secreta. Nosotros somos los únicos huéspedes en la recepción.

El gerente es el primero en notar nuestra presencia.

—Buenas tardes.

Sonríe de manera tan afable que el tema de conversación debe de ser jugoso. Se me ocurre algo. Ven, mejor desviémonos y sentémonos aquí, en los sofás de la recepción. Coge una revista o quítate las pelusas de encima. Lo importante es aguzar el oído, pero que no se note.

Pasan unos segundos llenos de incomodidad. No saben qué hacer. El aire está tenso. Uno de ellos estornuda. Tú estás de espalda y yo no les presto atención.

Acabamos convenciéndoles, porque retoman el cuchicheo.

—Nadie puede llegar e irse así como así, Don Carlo —comenta la recepcionista en dirección al gerente—. Todos trabajamos a gusto. No se me ocurre razón alguna para que alguien decida marcharse sin avisar. ¡Menos Rosa!

—Era una empleada ejemplar —dice Don Carlo—. Que abandone su cargo así como así es una herida que llevaré por mucho tiempo en el corazón.

—Vamos, jefe, no se desanime —interviene el botones.

Hacen una pausa como si atendieran a un funeral. Se ve que la mucama quiere decir algo aprovechando la pausa, pero la timidez le congela la voz.

—...Habláis de Rosa como si fuera el Ángel de la Guarda de este hotel, pero Dios me perdone por lo que voy a decir. ¡Era una metomentodo! Tenía la manía de ir por ahí parándose en las esquinas y oyendo a los huéspedes entrar y salir de las habitaciones.

—Si eso es cierto, ¿por qué el libro de reclamos está prácticamente vacío?

—Porque los huéspedes no se atreven a reclamar, Don Carlo. Cuando hay un robo es algo muy distinto, pero Rosa nunca robó. En eso era una santa, no como Belinda o Matilde. ¡Esas dos vivían compitiendo por quién se llevaba el mejor tesoro! Fue muy afortunado pillarlas con las manos en la masa, como se dice.

—Ja, enséñenme un solo hotel en el mundo que esté libre de pecado.

—Perdóneme que continúe, Don Carlo, pero ¿qué me dice de la cantidad de renuncias que hemos tenido? ¿No le sorprende que las muchachas nuevas duren una temporada y que luego se marchen?

—Eso es propio de la juventud. Trabajan lo justo, cobran mucho y se largan a vacacionar el resto del año.

—¡Se marcharon por el trato de Rosa! ¡Era una tirana!

—Cosas así perjudican la atmósfera del hotel. No repitas esas cosas, por favor. En calidad de gobernanta del hotel, esos asuntos deben solucionarse nada más aparecer. Son malezas que deben cortarse de raíz.

—Tan poético, Don Carlo —celebra la recepcionista.

—Como siempre —adula el botones.

—¡Suficiente! —exclama Don Carlo—. Os pediré que mantengáis el secreto. Venga, volved a vuestras funciones. El carro de Rosa debe estar en alguna parte.

Problemas en el Hotel Montenegro. Fin de la función en la recepción. Volvamos a nuestra propia función. ¿Sabes cómo se titula? Cómo retirar a un cadáver de tu cuarto sin que todo un hotel se entere. Llamémosla Cadáver de contrabando para abreviar.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora