DIECINUEVE

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Pat nos aparta del comedor. Lleva paso marcial, así que apresurémonos. Subimos las escaleras. Todas las puertas están abiertas, salvo una. Ya tenía cierta fama de misterio, la puerta que no se podía abrir. Ahora veo por qué. Pat se saca la llave de una cadena que lleva al interior de un bolsillo.

Abre y entramos... a una habitación normal. Las paredes están cubiertas de fotografías en sepia. Hay un minoría en blanco y negro; las más modernas. Hay algunos recortes de periódicos enmarcados.

El parapeto en el centro de la habitación exhibe un uniforme cubierto por una consola vidriada. A ambos costados de la habitación hay repisas que imitan la consola vidriada del centro. Contienen objetos y armas de otra época.

—Aquí podemos hablar con calma.

—¿Cómo? —pregunto—. ¿No estamos aquí para ver la colección?

—Son las cosas de mi abuelo y de mi padre. Ambos fueron policías. Yo rompí la tradición.

—Yo rompí la tradición de un empleo estable. Somos dos.

Pat Grant sonríe ante la humorada, pero desde que en su mente se instalara la idea de que yo intervine en la relación de Morton con Luci noto una férrea barrera.

—¿Sabías que Morton quería ser policía? Yo lo disuadí cuando era aún pequeño. Luego quiso ser soldado, pero también lo disuadí. ¿Qué padre quiere despertar un día con la noticia de que a su hijo lo balearon unos delincuentes?

Trago antes de que termine de hablar. La imagen de Morton ahorcado me da en pleno pecho como si me hubieran disparado.

—Nunca... me lo contó.

—Puede ser que yo acabe creyendo eso de que los amigos no se cuentan todas las cosas... En fin, os traje aquí para... Es solo una idea, pero me vine pensando en ella en el coche. Quizás suene un poco loca. Tiene que ver con esa carta.

«¿La carta que no tomaste en serio y que cortaste en tres? Sí, ya sé a cuál te refieres. Ah, y tiene apellido. Suicida. Carta suicida». Pero no se lo digo.

—¿Qué hay con la carta? —pregunto con perfecta naturalidad.

—Pues... No está firmada.

—No es necesario, ya que me la entregó Morton. Y no es que estuviera particularmente alegre en aquella ocasión.

—Me cuesta imaginar que pueda ser una carta literal. Conozco a mi hijo. Sé que tiene un humor retorcido y que las personas suelen encontrar de mal gusto. Si es de su puño y letra, es propio de su humor.

—¡Pues claro que es de su puño y letra!

—Ahí es donde discrepo. Bien es cierto que la última vez que vi algo escrito por Morton fue hace mucho (creo que todavía asistía a la universidad). La letra de esta carta no es la letra de Morton. ¿Qué opinas?

—¡Pues que es la letra de Morti! Yo que le he visto escribir recientemente.

—Me gustaría hacer una prueba... porque mi idea es que la carta no la escribió él...

—¡Ridículo!

—...sino Max —completa Pat.

—¡Es...! ¿¡Qué!? ¿Qué quiere decir?

—Eso es lo que vine pensando en el coche. Y Max tuvo ocasión de entregarle la carta a Morton. Pudo hacerlo durante la despedida del jueves. Siendo así, la carta pierde su lado humorístico, naturalmente.

¡Su lado humorístico! Francamente...

—Lo que no me explico es por qué en esa carta no está Morton —continúa el padre de los gemelos—. Es curioso que, de ser Morton el autor, no incluya a Max. Y viceversa.

ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora