Capítulo 1

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-No creo que sea la mejor idea-admite Tayler pero la realidad es que estoy tan molesta que no me importa.

Puede ser la peor idea del mundo, no lo niego pero al parecer estoy hecha para tomar las peores decisiones, las que no me convienen.

-Chef, lo necesitan en cocina.

Dice una chica abriendo la puerta y luego se retira rápidamente.

Tayler me mira y yo le sonrió.

-Ve, me iré en mi coche, te veré en casa.

Busco mi celular y luego lo miro esperando que se vaya pero  él me mira dudoso y luego a la puerta.

-No tomes ninguna decisión hasta que hablemos sobre esto.

Es fácil percibir que me lo pide y advierte al mismo tiempo, mirándome con preocupación, una que hace mucho no veía y sobre todo no extrañaba.

No contesto, no sabría realmente que decirle, no sé cómo quitarle de encima esa preocupación que siente.

-Izi

Asiento con la cabeza y suspiro, intentando calmarlo aunque sea un poco, me da un beso en la cabeza y sale de ahí.

Dejándome sola, en el silencio, rodeada de comida.

Lo que Tayler no sabe es que ya tome una decisión.

No hay nada que hablar, o por lo menos, no hay nada que él pueda decir que de verdad me pueda hacer cambiar de opinión.

Abro la puerta y salgo de ahí, camino hacia la salida del restaurante, me ajusto el abrigo cuando el aire frio da en mi rostro y veo a mi alrededor pero no hay nadie, no está él.

Doy mi vale y mientras traen mi coche, pienso en lo rápido que puede cambiar la vida, en lo simple que es destrozar un corazón.

Mi coche para justo enfrente de mí, me subo y me dirijo a casa.

Todo haciéndolo de una manera tan robótica, pero el dolor me recuerda lo humana que soy.

Pongo mi codo sobre el atizar de la ventana y recargo mi cabeza en mi mano mientras manejo con tranquilidad, veo la nieve caer y pegarse en mi parabrisas siendo arrastrada lejos por las manecillas.

La música que sale por la radio mantiene mi mente ocupada o por lo menos lo intento, intento distraerme y no pensar.

No funciona mucho.

Aparco enfrente de mi edificio, me bajo del coche y entro.

Dejo mis cosas encima de la mesita de la entrada y veo la hora en el reloj de mi muñeca.

Doce de la noche en punto, como cenicienta.

Solo que esta vez ninguna zapatilla de cristal traerá a ningún príncipe a mi puerta.

No hay nada de eso aquí.

Camino a mi habitación y dejo mi celular cargándose en mi mesita de noche, entro al baño, abro el grifo del agua y me mojo la caja queriendo quitar esta sensación incomoda y dolorosa pero no se va, tomo una toallita para desmaquillarme y la paso por mi rostro, revelando la realidad de noches en vela, de noches llorando.

Entonces las ojeras y el cansancio aparecen cuando la fina manta que los mantenía ocultos desaparece y me siento triste al verme triste.

Al ver mis ojos apagados, ni una sola sonrisa aparece en mi rostro.

Aprieto mis labios frustrada y enojada.

Cierro los ojos y respiro profundo, pero el dolor es más notable y punzante en mi pecho cuando me concentro en mí, no quiero concentrarme, quiero correr de él.

Derramaré TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora