Comienzos de la década de 1880.
Con una vida difícil y la tentación de terminarla en el río, el brasileño Rafael logra por fin huir de la esclavitud gracias a David, un estanciero argentino que le brinda ayuda y trabajo.
Rafael se esforzará en sus q...
La solución le fue de lo más humillante, burlesca. Lo había intentado en la isla Martín García y lo castigaron a palazos. Mas era tan ferviente el único deseo de dignidad que tenía, que planeaba repetir su intento en el próximo lugar al que llegara.
Huir del bote mercante como ratón para pasar a ser un vagabundo no era algo muy atractivo de todas maneras; era difícil y tentador.
Las calles húmedas de la Ciudad de Buenos Aires le parecieron más gentiles que las de Río de Janeiro o Montevideo. Incluso siendo aquellas iguales o con costas más grandes en donde desembarcaban para sus negocios, y a pesar de rasguñar todavía los últimos días helados de ese agosto de 1882, saliendo de tal convulsionado puerto, Rafael sintió que ellas —las calles— le daban una piadosa bienvenida.
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