🌼 XLVII

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En la estación terminal, David compró un diario para estar al día y tener algo ligero de leer durante el viaje. Luego los tres fueron a abordar.

El destino era una localidad fuera de la ciudad, en la zona norte de esta. El paisaje era similar al campo por momentos, pero los sectores ya estaban bastante mejor conectados de un pueblo a otro. El tramo a recorrer no sería mucho al final, y las estaciones se notaban más urbanizadas.

Sin embargo, cuando por fin el tren llegó a la Estación de San Martín se encontraron con un pueblito concentrado y movido de calles anchas —algunas de solo tierra y algunas con veredas— casi rural y con indicios de desarrollo industrial gracias a la presencia de los ferrocarriles.

Las últimas semanas, David se dedicó solo a los preparativos de mudanza y había comprado una casita allí en General San Martín, pequeña si era comparada con algunas de las quintas que ya estaban en el territorio, pero muy bonita: con patio delantero y trasero, una terracita, largas ventanas y un poco amueblada, alcanzaba para que todos pudieran vivir allí...

Vivir allí por un tiempo.

—Mi plan es asentarnos trabajando acá, aprovechando la creciente presencia laboral, podemos invertir en una pulpería que nos dará sustento suficiente hasta el día en que nos marchemos de nuevo —comentó David luego de abrir la puerta.

Mientras adentraban las pertenencias y caminaban por el salón de cuatro por cuatro, Rosa miró de soslayo a David.

—¿Cómo que marcharnos de nuevo? ¿No nos vamos a quedar ya acá?

David y Rafael rieron con complicidad, ya hablado como en sus compartidas madrugadas de amor, concordaron soltar las maletas en el suelo y entrelazarse las manos.

—Vas a tener que trabajar duro, Rosa. Te vas a encargar de la limpieza y atención de la pulpería los meses que nos quedemos acá y ese sería el pago justo para que te quedes con la casa —comentó Rafael tomando aire con orgullo.

—La verdad, esta casita me salió barata por conservar buenas relaciones con algunos contactos estancieros, solo necesita un poco de mantenimiento y con los meses que labores en la pulpería en la que invertiremos con Rafael, equivaldría a que pueda pertenecerte esta propiedad. Eso sí, si algún día vinimos a visitarte, guárdanos una habitación —agregó David con una gran sonrisa.

Rosa bajó a Bautista despacio para que explore, se enderezó y se sacó el gran sombrero que llevaba puesto, se soltó su largo cabello y se desató su pañuelo del cuello que tapaba parte de su rostro para exponerlo sorprendido frente a esos dos.

—¿Cómo? ¿Ustedes se van y me van a dejar la casa?

—No sería un regalo —alegó Rafael.

—Lo sé, lo sé —Ella extendía y doblaba los dedos lentamente a la par de su comprensión—. Lo iría pagando con trabajo, pero... sigue siendo una casa... ¿Me quieren dejar esta casa para mí? —Con los índices se señaló.

—Claro —confirmó David aminorando su sonrisa, ante la expresión estupefacta de Rosa, se preocupó—. ¿No te parece una bonita sorpresa?

Ella sonrió desviando la mirada, aún con sutiles movimientos nerviosos.

—Sí, es muy bonita, es incluso más de lo que yo podría soñar, pero... No entiendo. ¿Por qué hacer esto por mí? Fui una mantenida de vos, David. Bueno, Rafael también parecía un mantenido, pero él al final se buscaba sus changas para ganar algo de plata... Yo no aporté nada... Soy una prófuga y una madre soltera, no puedo aceptar algo tan lindo como esto, perdón... —Ella quedó cabizbajo.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora