🌼 VIII

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Tan solo luego de una hora del hurto de Adelia, David llegó a la estancia.

Fue recibido por los perros y, detrás de estos, Rafael que trotaba hacia él, mas pegaba la vuelta a mitad de camino anunciando que iría a buscar algunas hojas para la clase.

David sonrió y suspiró. Su baño tendría que esperar un poco, o Rafael seguiría insistiendo estudiar de más tarde cuando quizá ya ni energía le quedara al estanciero. Cornelia ayudó a David en la caballeriza e Ivonne fue a calentar el agua para el baño como la del mate para acompañarlo en su momento de docencia.

Parecía ser una tarde normal. Con la diferencia de que ni Adelia ni Carmen lo recibieron en la sala con el té inglés. Caminó entonces derecho para el pasillo y así doblar a su cuarto. Pensó en ir a tocar la puerta de alguna de las damas, pero se imaginó que, aburridas, hubieran salido a pasear por el campo del fondo. Era siempre un buen lugar para hacer un picnic.

Dejó su saco sobre la cama vistiendo solo arriba su anticuada camisa de mangas con encaje. Rafael solía rozar sutilmente la tela cerca de la muñeca del patrón ya que al parecer le llamaba la atención cada delicado diseño de las otras tantas que tenía. 

Se acercó al ovalado espejo sobre una de sus cajoneras frente a la cama y ató bien el nudo de su cuello dejando un esponjado pañuelo sobresalir. Hizo una mueca dulce mientras se peinaba un poco mejor y finalmente, casi sintiéndose tonto, se puso apenas un poco de perfume detrás de las orejas. Cuando se sentaba cerca de Rafael, no estaba seguro de si el otro lo sentía, pero, ya que no quería ser tan obvio al respecto, solo mantenía la esperanza de que el moreno lo notara alguna vez.

David, levemente sonrojado, cerró el frasco. En los últimos tiempos gustaba de la compañía cercana que estaba logrando con Rafael cuando quedaban solos. Hace mucho que no se sentía así, y le era extraño de más —por sí mismo— ya que nunca perdió sus ganas de volver a Francia... Pues, según David, allá estaba su vida y su sueño.

Pero Rafael estaba generando un sentimiento tan cariñoso dentro suyo que no podía ser ignorado. ¿Estaba bien para David disfrutar de eso y consolarse así cuando tenía tan pocas noticias del Viejo Mundo?

Las cartas venían en menor cantidad. Antes solía llenar el cajón grande de sobres y tenía que moverlos al cofre de su armario. Ahora con suerte ese cajón tenía algunas que no había abierto. Tal vez necesitando que duraran el tiempo suficiente para no sentirse vacío hasta que llegara otro paquete... 

Tal vez por miedo a leer una y que sin saberlo fuese la última. 

Tendría que leerlas, él lo sabía... Pero, quizá no fuese dañino endulzarse un poco con la presencia de Rafael y finalmente recolectar la fuerza necesaria para terminar la enflaquecida correspondencia recibida.

Se dio un último vistazo en el espejo, tomó su caja y pasó por la biblioteca de la sala a buscar material. Luego se dirigió al comedor donde su alumno lo esperaba paciente con varias hojas sueltas desparramadas por la mesa, la pava y el mate del lado del asiento desocupado y el libro de la otra noche entre sus manos. 

David cerró la puerta del cuarto y dejó la caja en la mesa. Al abrirla, sacó el tintero y la pluma para sus ejemplos casuales. Le entregó el lápiz a Rafael.

—¿Bueno, estás pronto?

Pronto, senhor —Las comisuras de sus anchos labios amanecieron. Sus ojos brillantes como siempre.

David inclinó la cabeza hacia un lado sin quitarle la vista de encima por unos segundos, hasta que la sonrisa de Rafael quedó nerviosa y desvió la mirada pestañeando mucho. El caballero rio enternecido.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora