🌼 XLVI

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Decirle adiós a un lugar tan grande y, al mismo tiempo, que guardaba tantos bellos momentos era más doloroso de lo que pensaron.

Rosa supo armar bien su maleta y sus bolsas y disfrazar a ella y a su hijo: tapándose el cuerpo, el rostro y el cabello lo mejor posible para no ser reconocidos. Una vez listos, solo pasaron a esperar frente a la huerta que orgullosamente ella había cuidado. Miró las flores que dejaban caer sus pétalos por el frío, pero sabía que en primavera serían las más lindas del terreno.

Rafael recorrió junto a su amado cada lugar de la estancia. David rozaba delicado con las yemas de sus dedos el roble y el bronce de las puertas llaveadas una por una. Todo lo que quedó dentro parecía una pequeña reunión de fantasmas blancos que se estancarían en la anacronía de un espacio prontamente mortuorio.

Fue inevitable para David no soltar algunas lágrimas, tentaciones que hacían que Rafael se frenara y se dedicara a secarle el rostro al ajeno con sus propias manos para calmarlo y acariciarlo.

Finalmente, fueron junto a Rosa. David miró extrañado una plantita en flor muy cerca de su arbusto de malvón. Era una especie similar a una rosa con hebras, pero tal vez, por ser igual de blanca que sus favoritas, no le había prestado atención del todo.

—¿Cómo se llama esta flor? —preguntó poniéndose de cuclillas al lado de la mujer.

Al instante, Bautista se estiró hacia David haciendo que este tuviera que encargarse de sujetarlo. Ella sonrió.

—Ah, es la camelia, ¿no, Rafael? Creo que la habías plantado vos —recordó Rosa a su dirección.

Sin buscarlo, David se sonrojó de solo imaginarse algo tan romántico como a Rafael plantando una flor propia al lado de su preferida... Ah... Ahora no podía elegir entre las dos.

Rafael se unió a sentarse en el pasto con ellos y acarició sutil una florcita del malvón que tanto le gustaba a David.

—Sim. Hay que llevarnos un tallito del malvón y de la camelia así podemos plantarlas en nuestro nuevo hogar.

—Sí, por favor. Ya me estaba lamentando de dejar mi flor acá —rio David.

Fue él mismo quien cortó los tallos para guardarlos entre papel de diario.

Entonces, junto a su querido Rafael, fueron por sus maletas y la guitarra.

Vieron llegar a los peones de los Alvear a quien David dejaría a cargo en adelante y supieron que era la hora.

Pronto hicieron la última caminata por el sendero de los árboles ladinos. Y, tras cerrar el pesado portón de madera mohosa y observar de la forma más grata a aquel lugar tan hermoso, se dieron media vuelta para comenzar su largo viaje a pie hasta el pueblo y de ahí abordar el tren.

Cuando estuvieron por la capital, hicieron una parada en la pensión donde vivía Halima para que Rafael pudiera saludarla y aprovechar en pasar la noche allí

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Cuando estuvieron por la capital, hicieron una parada en la pensión donde vivía Halima para que Rafael pudiera saludarla y aprovechar en pasar la noche allí. Como el lugar solo hospedaba gente afro, fue extraño para el encargado ver ese grupito de un hombre negro, un hombre blanco, una mujer tan cubierta y un bebé; pero, con ayuda de Halima, dieron a entender que la «pareja blanca» no tenía problemas de quedarse allí porque querían estar junto a su amigo Rafael. Con lo cual terminaron convenciendo al dueño que no venían para hacerles ninguna revisión o ningún mal a la pensión.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora