🌼 XIII

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El invierno se había asentado por completo en pleno agosto. Por fortuna, los buenos aires ya no estaban tan recelosos en el campo.

Con una situación política algo apretada en la provincia, David había retomado su trabajo estanciero para ponerse al día con sus pendientes.

Esteban, por su parte, volvió a Montevideo en busca de su esposa para recibir su ayuda en Buenos Aires y seguir con el negocio del que se había responsabilizado por David cuando este no podía recibirlo. Aunque le aquejaba por el esfuerzo, el ingreso capital era bueno.

David también trató de enfocarse en la administración de uno de los saladeros que heredó y había quedado inmóvil. Quería ver si valía la pena renovarlo a futuro, pero necesitaría asociados. Quizás así compensaba la falta de trabajo en otros lados del campo y su improductividad en sus semanas de melancolía.

Mientras tanto, esperaba la nueva temporada de exportación, aun si la compra y venta era un tema delicado para el momento.

1883 era un año de reformas abruptas y progreso, también de polémicas haciendo llagas desde la época del virreinato.

Incluso si los Fernández no eran partidarios, o no querían meter sus narices en la política, ellos como empresarios ganaderos de Buenos Aires, debían estar al tanto de los movimientos de la élite. También debían mostrar siempre buena cara y apoyo al primer intendente de la ciudad, el señor Alvear; después de todo, eran familiares.

David siempre recordaba las veces que mentía al nombre de su tío del corazón para escapar de alguna difícil discusión o incomodidad con gente de la capital que quería incomodar o fastidiar. Le agraciaba el hecho de que realmente este se haya tornado un alcalde.

Muchas cosas habían cambiado, tanto en la ciudad como en el terreno del Fernández menor.

Rafael ya llevaba poco más de un año en la estancia desde que David lo había salvado, encontrando una rutina que lo tenía cómodo en ella y formando lazos con sus compañeras más cercanas, y en especial con su patrón. 

Nunca hubiera imaginado lo tranquilo que sería recostarse en una cama propia, desayunar mate cocido con pan y a veces este con manteca o mermelada fresca, jugar con los perros un rato en la mañana y comenzar su cotidianidad laboral.

También apreciaba tener una figura de autoridad y disciplina como era Cornelia, ya que siempre que dictaba algo era para mejorar, la sentía como la madre de todos allí. 

Con Ivonne, pese a no corresponderle, la apreciaba muchísimo como amiga y confidente.

Pero, además de todo, aunque su corazón retumbara doloroso y confundido ante esos sentimientos encontrados, no dejaba de maravillarse con David cada vez que este le sonreía.

El señor estaba mucho mejor. Le había vuelto a dedicar tiempo para continuar su aprendizaje con las letras cursivas y mostrarle más poemas. Rafael comenzaba a inventarse algunos muy básicos, pero que el maestro siempre felicitaba.

David le estaba muy agradecido a Rafael, pues este lo había ayudado a descargarse en uno de sus peores momentos. Lo consoló y hasta supo lo de su relación amorosa con Lucien. E incluso así, siguió a su lado pendiente a su recuperación, sin mostrar rechazo alguno.

Estaba feliz de que la primera persona que se enteró de uno de sus más penosos y ocultos secretos fuera una de alma tan cándida como la de Rafael.

Una vez, ido en las clases de poesía, David le susurró:

—Aprecio tanto la pureza de tu corazón...

Rafael abrió grande los ojos, inclinó la cabeza a un lado pensando que David solo leyó una oración en voz alta.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora