🌼 XXXVIII

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El vagón iba llenó, incluso algunas personas tenían que viajar de pie. Había mucho barullo, más del que Rafael estaba acostumbrado en su estadia por la posada Trinidad-Fernández, pero así era la ciudad desde que la conoció.

Le llamó la atención que, desde la partida hasta la primera estación, el recorrido fue relativamente rápido —casi media hora—, según escuchó del maquinista y los guardias que anunciaron el horario al llegar.

Rafael se inclinó a sacar de su bolsa algo para leer y distraerse un poco. El hecho de saber que el viaje no podría ser tan largo como en carreta, le insistía con esa sensación de exigir inmediatez a su deseo, y no. Él debía calmarse.

Agarró una revista en particular donde publicaban poemas de distintos autores, y eso le ayudaba mucho para encontrar palabras raras y bellas con las que en el diccionario podía aprender su significado después. Aunque a veces, los mismos poemas, contaban al final de cada uno con un glosario.

Se liberaron asientos cuando algunas personas bajaron, así que pudieron ocuparlos las que ya estaban a bordo y otras pocas que recién habían subido al tren.

La persona al lado de Rafael bajó allí, entonces alguien más se ubicó en el lugar rápidamente.

—Quedáte quieto ahí, Andresito. Te estoy vigilando —demandó una dama sentada más adelante en un sitio que logró conseguir—. No me hagas caras.

El muchachito, que se había sentado al lado de Rafael, revoleó los ojos y se cruzó de brazos.

—Qué aburrido... —bufó y soltó un suspiro resignado.

Rafael lo observó de reojo y se ensimismó un poco más para no perder la concentración de su lectura. No era rápido, pero había mejorado mucho en la fluidez, solo que requería de su entera atención.

Dieron el campanazo y el tren volvió a avanzar.

Le costaba sostener el hilo ante tanto ruido, pero cuando por fin se estaba por sumergir en ello, el bostezo y estiramiento de extremidades exagerado del chico del costado sacó de eje a Rafael nuevamente.

Decidió ignorar los movimientos constantes de abrumación del adolescente hasta que, por incomodidad, Rafael hizo un leve gruñido y reacomodó la revista en su regazo.

Tenía que enfocarse más. No obstante, una risa burlona lo volvió a retraer.

Fastidiado del tal «Andresito», Rafael lo miró de soslayo, pero fue sorprendido por el muchachito. Este lo estaba mirando también, solo que con una expresión agraciada.

—¿Qué pasa? —preguntó de pronto Rafael, en esa postura defensiva.

—Nada. Nada más estaba viendo tu revista —respondió el otro con sencillez—. «El Fogón», ¿no? La uruguaya.

Rafael, confundido, arqueó una ceja.

—¿Cómo?

—La revista que estás leyendo, hombre —insistió el chico señalando con una ligera sacudida que exponía la palma.

Rafael pestañeó y se preguntó si el otro se refería al nombre de la revista. Miró la portada, y sí. Allí estaba ese título.

—Ahm... Sim...

—Me encanta esa revista, mi hermana, la Zulema, me lee los poemas que ahí publican...

Así que se trataba de eso.

El chico quería interactuar con Rafael por tener un mismo interés en ese tipo de literatura. Quizá por eso estaba tan inquieto.

Sim... Tiene buenos poemas. Me ayudan a... inspirarme.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora