🌼 XIV

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Los meses pasaron, la primavera fue tan melancólica en la estancia que se fue sin glorias. Y el verano llegó insoportable: la humedad, los insectos, el calor.

En algunos días libres, los dos muchachitos de la chacra del Fernández menor, apenas terminaban sus quehaceres matinales, tomaban uno de los caballos y galopaban hacia las orillas de la laguna a refrescarse, jugar y charlar con otras personas del pueblo cercano que pasaban por allí para relajarse de esos días sofocantes.

Luego, Rafael e Ivonne llegaban a la chacra dispuestos a comer algo de pan o frutas y tomar una siesta en la silenciosa y tranquila mediatarde.

En todo ese tiempo, Esteban fue quien se había encargado del lugar.

En diciembre, desde Montevideo, la esposa de Esteban llegó a Buenos Aires para así la pareja concretar algunos negocios que David había retomado y dejado a su cargo con el saladero y los campos ganaderos de algunos miembros de la familia Fernández. Sin el menor, Esteban y su esposa esperaban que las cosas salieran bien para ambos.

Los movimientos políticos  y económicos del país eran grandes y débiles como un enorme castillo de naipes, así que Esteban trabajaba bastante junto a Nerina para mantener su estatus y cuidar el capital y tierras que le quedaban en Buenos Aires. Esteban temían que su industria se viera de más afectada.

Para aliviar un poco el estrés de este Fernández, su elegante esposa administraba las tareas en la estancia.

La primera vez que la vieron, Rafael e Ivonne sintieron escalofríos. La señora tenía una mirada filosa y esta les remitía a la imagen de la intimidante Carmen o Adelia.

Creyeron que la historia de desprecio se repetiría, ahora sin la presencia de David para sentirse resguardados. Sin embargo, más allá de su semblante de princesa, su específica manera de pedir que le prepararan el té, y su organización para mandar a hacer los quehaceres de de la casa, Nerina era una persona dulce y tranquila, incapaz de mostrarles desdén alguno a los empleados que seguían casi al pie de la letra lo que ella ordenaba.

Nerina parecía frívola a simple vista y muy quisquillosa con su horario de oración dentro de su cuarto —ya que no toleraba la interrupción mientras rezaba, y cualquiera era regañado por ella, incluso Esteban, si lo hacían—. Pero, una vez que terminaban el trabajo matinal, gustaba de ser acompañada por Ivonne y Rafael para tomar el té juntos, y a veces se daba el tiempo de enseñarle a la muchacha a preparar masitas finas para la merienda.

Hablaba suave y con un poco seca, pero era agradable. No eran nada incómodos sus silencios con la taza de porcelana humeante entre sus manos cerca de su quijada y los párpados caídos dejando entregarse solo al sentido olfativo con un suspiro final que le permitía comenzar a beber.

Ivonne, inconscientemente, imitaba la postura delicada de la dama a la hora de acompañarla con la infusión. Al parecer, encontraba un tipo de admiración en ella, todo lo contrario a lo que le hacía sentir Carmen y Adelia que no se cansaban de despreciarla.

Ambos trabajadores estaban aliviados de que Nerina fuese ese tipo de patrona.

Volviendo a ellos, habían reforzado su lazo de amistad y confianza por pasar ahora más tiempo en cercanía sin la intromisión de Cornelia y David. No obstante, esto no fue más que una sensación de reciprocidad por parte de Ivonne, que, cuando tenía oportunidad de sacar el tema, insistía con hablar a futuro de ella y Rafael como pareja bajo matrimonio o sugerencias de ese tipo.

Rafael al principio lo tomaba a broma, pero cuando se volvió tan recurrente, se puso algo distante con ella e intentaba cambiar el tema o anclarlo. Solía incomodarse cuando surgía ese tipo de charla. No quería llevarle la contraria, sentía que menospreciaba sus sentimientos y la idea de ponerla mal por algo que él dijese lo dejaba inquieto y incierto, ya que a pesar de no estar enamorado de ella, le dolería lastimar a su amiga.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora