🌼 II

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La ciudad quedaba a la lejanía, un sendero de tierra se seguía extendiendo por largo tiempo fuera de los suburbios.

Las primeras dos horas de viaje, David sacaba conversación trivial a Rafael para intentar un portuñol que beneficiara a los dos con la comunicación.

Rafael se sentía ameno con la charla, hasta que luego se relajaron y quedaron en silencio.

Notaba desde la apertura trasera que el camino que estaban tomando lo alejaba de todo centro que alguna vez frecuentó, y que de frente el campo se seguía estirando casi pareciendo infinito.

Una ansiedad le despertó a la altura del cuello. Levemente comenzó a sentirse mareado, como cuando miraba la inmensidad del mar en esos viajes mercantes que le hacían estar más días en agua que en suelo.

Aguantó una hora más, pero no mejoró. Estaba ensimismado, respiraba entrecortado y la extraña incomodidad seguía creciendo por todo su pecho.

—Parece que se está ahogando —mencionó Carmen al ser la primera en darse cuenta ya que lo venía vigilando—. Mirá si comió una fruta sin permiso y se atragantó.

David hizo frenar al caballo, ignoró el último comentario y se dirigió a la parte trasera rápidamente para sentarse al lado de Rafael. Intentó buscarle la cara y se puso a acariciarle la espalda para tranquilizarlo.

—Rafael... ¿Estás bien? —preguntó con un tono gentil—. ¿Estás mareado?

El muchacho respiró profundo por la nariz y su boca tembló, pero no pudo responder. Así que optó por afirmar con su cabeza.

David comprendió y miró a la muchacha para decirle que bajaría con el joven y así que tomara aire. Ella rodó los ojos y permaneció en su lugar.

El caballero tomó de las manos a Rafael atrayéndolo consigo y luego lo ayudó a bajar. Se quedaron al costado del camino.

Rafael continuaba respirando de esa manera agitada y algunas veces mordía su labio inferior ya bastante lastimado de hacerlo para moderar sus suspiros.

Por que o campo é tão longo? —preguntó con una voz trémula.

—¿«Longo»?... ¿Largo querrás decir?

Rafael solo asintió con un murmuro esperando una respuesta.

Ver cuánto se habían alejado no le daba buena espina, tampoco darse cuenta de que estos extraños lo rescataron sin problemas, sin pedir nada a cambio.

Al principio le pareció que era el mejor día de su vida desde que llegó a Buenos Aires, estaba emocionado; pero ahora, se preguntaba a sí mismo por qué subió con ellos como si el hecho de haber sido ayudado por ese extraño fuese suficiente, ¿lo alcanzaría hasta algún lugar seguro para trabajar o se estaba metiendo en la boca de un nuevo lobo?

Sintió escalofríos al comprobar cuán a la intemperie estaba otra vez. Atrás quedaron las tiendas, los jornaleros y los botes que plagaban la zona porteña. Delante el paisaje cortado a la mitad por ese improvisado camino de dos ruedas de carretas.

Solo podía pensar que David a su lado parecía —ante la perspectiva normalizada que tenía de la sociedad— un amo acompañado de su esclavo.

—Rafael... ¿Tenés miedo? —El otro no contestó. David pasó su mano por la cabeza ajena pidiendo permiso y la acarició unas veces para que Rafael lo mirara. Al surtir efecto, agregó:—. Está bien... Juro que no vou a fazer-te mal... vou a ayudarte. Lo juro.

La voz de David se oía acaramelada, suave. Tenía un tacto que a Rafael se le hacía de lo más innovador y no sabía exacto cómo reaccionar. Solo confirmó que David tenía entendido algo del idioma portugués previo y eso estaba permitiendo que se entendieran mejor a pesar de cada uno hablar su propia lengua madre.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora