🌼 XXXVI

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Era un buque verdulero, y por lo que le dijo el vigilante, no solían hacer el servicio de llevar gente, ya que el trabajo de estos marineros era el comercio de tubérculos, semillas, algunos frutos y plantas que resistieran llegar lo más frescos posibles hacia el otro lado para que se vendieran en los mercados y reponer los productos allí. Todas las semanas iban y venían de una orilla del río a la otra.

El vigilante era un hombre robusto y blanco de cabello castaño y ojos bien azules, con la cara tosca de un obrero europeo, daba la impresión de aquellos tales rusos o alemanes del Volga que habían comenzado a migrar al sur en los últimos años y que eran novedosos de verse solos lejos de sus ya asentadas colonias. Este se mantenía cerca de Rafael por ser el moreno el único externo a la tripulación, pero, aunque el muchacho se sintiera un poco intimidado, estaba seguro de que, si no hacía nada para ser regañado, el gran hombre no le haría daño alguno.

—Una pregunta, senhor vigilante...

—Helmut es mi nombre —dijo con una voz grave y rígida, pero entendible español.

—Oh... Bom, yo soy Rafael.

—Un gusto —agregó Helmut bajando el mentón.

Rafael hizo lo mismo.

—Igualmente... —Y luego retomó su intención: —. Ah, cierto. Quería preguntar, usted dijo que no llevan pasajeros, ¿por qué me dejaron viajar entonces?

Tenía un extraño presentimiento. Sí, ya era libre, pero su libertad siempre se trató sobre huir y no ser atrapado.

Ya le pasó una vez de ser ingenuo y terminar esclavizado de nuevo. Tenía que estar atento a un posible escape o pelea.

Debía cuidarse como su propio tesoro y, en tal caso, dar batalla para no dejarse apropiar por nadie más.

—La jardinera, Tahani —respondió sin rodeos—. Ella te escuchó mientras cargábamos las cosas cuando viniste a preguntar para dónde íbamos. Dijo que te hagamos el favor de alcanzarte.

—Oh... —Rafael miró entre la gente que iba y venía acomodando las cosas que habían quedado en la proa hacia otras partes—. Tengo que agradecerle.

Pronto pasó frente a ellos, viniendo del costado de babor, una dama negra cargando una gran maceta de flores rosadas y blancas. Ella sonrió ladina a la dirección de los hombres y continuó caminando.

Helmut le tocó el hombro a Rafael y la señaló.

—Es ella.

—¡Ah, gracias, Helmut!

El vigilante asintió a labios sellados y no le sacó la vista de encima cuando Rafael se acercó a la mujer.

Rafael se colocó al frente de ella notando que la maceta era muy grande y pesada para una sola persona y se entrometió para ayudarla asomando la cabeza.

—Disculpe, señorita Tahani... Me llamo Rafael...

La mujer de esponjados rizos de nube se sobresaltó un poco y pestañeó confusa por el atrevimiento del muchacho.

—Oh, sí, el que quiere ir a Buenos Aires —mencionó ella y luego le indicó a Rafael que bajaran juntos la maceta hasta colocarla con cuidado en el suelo—. Hablas bien en español, ya te oí. ¿Aprendiste en Montevideo?

Rafael arqueó una ceja, ¿sería que por su color de piel ella pensaba que Rafael era de otro lugar? Aunque en este caso era cierto.

—Hablo portugués también porque soy de Brasil, y aprendí español en Buenos Aires. Estuve casi tres años y quiero volver.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora