🌼 XXVI

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Fue la mañana más agria para ellos dos.

Todos se habían levantado temprano para desayunar con David, a quien dejarían atrás para que él continuase trabajando como siempre.

Todos en la mesa lo observaban con lástima.

Cornelia le hablaba dulce cuando untaba la mermelada sobre el pan y le servía más té. Ivonne se la pasaba manteniendo una sonrisa absurda, ya que, apenas quería decir algo, sus ojos se aguaban de golpe y se callaba. Nerina trataba de sacar alguna conversación trivial debido al intenso silencio que se dedicaban los hermanos, la tensión era obvia. Mas, Rafael desde el extremo opuesto a su ángel, solo se mantenía rígido actuando en automático.

No pudo cruzar miradas con David ni una vez en el desayuno, el mencionado no levantó la cabeza para nadie.

Antes de salir, Rafael e Ivonne hicieron un recorrido nostálgico, entre los corrales y la caballeriza, para saludar a cada una de las crías de granja y uno de los tres equinos que no los acompañarían. Luego fueron a acariciar a todos los canes, que parecían percibir un aura de lejanía y terminaban aullando bajito entre los saltitos de ellos y los mimos que los dos muchachos les daban.

Tras impregnarse las manos del olor de los animales, otra vez Ivonne se puso a llorar con pena y Rafael intentó consolarla con palmaditas en la espalda.

No se trataba únicamente de lo triste de dejar a David allí, para Ivonne y para Cornelia era como soltar el hogar que las acunó.

Los hermanos prepararon la carreta grande, y luego de cargar todo el equipaje y enganchar los dos caballos, David y Esteban se ubicaron en la parte de la conducción. Los demás en el interior techado.

Y el viaje no solo era monótono y triste, sino que enteramente agotador.

Los pasajeros de atrás se quedaron dormidos algunas veces. Rafael intentaba no hacerlo solo por valorar cada segundo que tenía en la visión la espalda recta de su príncipe alentando a los alazanes a caminar con tal elegancia.

Su cabello rojizo hecho una trenza a la altura de sus omoplatos, y sus iris verdes que se hacían soles cuando la luz les rebotaba en tanto volteaba a relojear a Rafael de vez cuando.

Su expresión resignada, su sonrisa de mentira.

Rafael jamás se había aguantado el llanto como ahora.

Podía fingir ser fuerte, podía soportar las ganas de abrazarlo y decirle cuánto lo quería, podía aceptar que ahora él tenía que irse lejos; pero el poder, a su vez, era como dejarse morir por dentro.

Parecía una estatua al quedarse proyectando la nada, y al rato se percataba de dos cuentagotas que empapaban sus mejillas y por los que tenía que ocuparse en secar torpemente.

Incluso, si atravesar el campo parecía un camino fatigosamente eterno, Rafael deseaba que fuese así: que la carreta fuera en círculos, que se confundieran el camino, que nunca se detuvieran con tal de no alejarse de David.

Incluso, si atravesar el campo parecía un camino fatigosamente eterno, Rafael deseaba que fuese así: que la carreta fuera en círculos, que se confundieran el camino, que nunca se detuvieran con tal de no alejarse de David

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Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora