🌼 III

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David le comunicó a Rafael que trabajando en la chacra para él tendría el techo y el pan asegurado, además de recibir dinero como pago a su servicio cada quincena; conocería a los demás peones que iban a los campos durante la mañana hasta la tarde y podría hacer más amistades también.

Sin embargo, incluso después de pasar la primera noche allí y de lo que se había propuesto para el día siguiente, pronto sus dudas volvieron a surgir ya que, de hecho, no era fácil para Rafael confiar en alguien.

Nació hijo de esclavos, fue vendido como uno; fue sometido, torturado, sufrió constantemente; intentó escaparse en todas las oportunidades que tuvo y volvió a ser esclavizado siempre por más desalmados... Todos se basaban en su piel parda para sentir tener el derecho de poseerlo, pero por primera vez no presentía malas intenciones en las palabras de alguien como David. Tan oportuno que le había conocido. 

Y es que se sentía rendido, aceptaba de todas maneras que cualquier cosa era mejor que volver a navegar meses enteros sobre esas naves sacudidas como papel en medio de las tormentas marítimas: las náuseas, el hambre, la sed, las enfermedades, los golpes que recibía cada vez que no podía mantenerse cumpliendo órdenes.

Siseaba entrecerrando los ojos al recordar la furia de los azotes que solía recibir en la espalda.

Resignado, pensaba que incluso estar varado en la nada era mejor que volver a ser tripulante esclavo. 

No obstante, Ivonne tuvo que orientarlo, le mostró que quedarse era lo mejor para él; que ella podía ser su amiga; que junto a Cornelia iban a ayudarle y a enseñarle mucho; que David era una persona de las que pocas había, de buen corazón, que no sería nada parecido a convivir con sus esclavizadores; y que solo bastaba ignorar los comentarios maliciosos que Carmen solía escupir.

A Rafael le bastó entender que ya no habría más mares eternos que enfrentar, ni feroces maltratos que le pudieran arder... Tan solo entender que no tendría que ser golpeado otra vez, le provocaba ganas de llorar.

Podría esforzarse para confiar en David.

Mientras tanto, el dueño de la estancia, hacía tiempo se enfocaba en sus asuntos laborales de comercio. Era parte de una familia de terratenientes y criadores ovinos y —recientemente— vacunos. El trabajo le robaba días casi completos de lunes a viernes fuera de su hogar cuando le tocaba ir a sus campos a supervisar. Había noches en que volvía muy tarde, y solo los sábados y domingos o temporadas de tormenta solía emplearlos para descansar y sumergirse en su pasión literaria por leer.

David tenía todavía su sueño intacto de ser profesor, pero debía postergarlo unos años más hasta que su manejo económico familiar fuese cómodamente estable. Había mucha competencia en el sector ganadero que estaba en su mejor momento por las exportaciones.

Podría decirse que, dentro de todo, este amable hombre gustaba de los breves momentos de tranquilidad, y de ser precavido con su delicada condición de salud.

Por otra parte, cuando se le permitía el tiempo, David se sentaba junto a Rafael —en el jardín si hacía buen clima, de lo contrario en la sala o el comedor— y el susodicho se convertía en el único alumno al que el caballero le enseñaba a hablar la lengua, por más aburrido que se le hiciera a veces.

Así, cada tarde libre, se volvió una tradición para ellos dos el hacer las clases. David le decía a Rafael que pronto le haría leer y escribir como hizo con Cornelia y como aún hacía con Ivonne. Esas pequeñas aulas entusiasmaban a su corazón docente. Sus novelas francesas podrían esperarle.

Los primeros dos meses pasaron. Rafael se desenvolvía con un característico portuñol, aprendía rápido, pero las palabras similares en ambas lenguas eran las que más olvidaba en reemplazar por costumbre y porque aun así se le entendía.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora