🌼 XXXVII

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Rafael respiró profundo y avanzó lento, paso a paso, bajando por la rampa del buque, hasta la madera húmeda y manchada de barro y arena. Se mantuvo firme, aferró bien su mano a su bolsa y se ajustó el pañuelo que ató al mástil de la guitarra para poder cargarla en su hombro como le enseñó Helmut antes de llegar.

Levantó la cabeza tomándose su tiempo para admirar el acelerado y anaranjado panorama. Pero, como había sido hace casi tres años, tras cada centímetro que lo sumergía en la ciudad, sintió que las calles le volvían a dar una piadosa bienvenida, más cálida esta vez.

Como había planeado Tahani, luego de desembarcar, fueron a lo de su tía que vivía en una pensión pequeña y cercana donde la mayoría de sus inquilinos eran afrodescendientes o mestizos. La señora creyó por completo la exageración sobre el «escape» de Rafael y le dio lugar amistosamente sin indagar tanto.

Así que, luego de dejar sus cosas en el cuarto correspondiente a la mujer, Rafael ya estaba cómodo para ir a la estación y averiguar cuándo saldría el tren hacia el pueblo. Sería acompañado por la laboriosa Tahani.

—La caminata es un poco larga desde aquí hasta el Mercado de Constitución, pero allí me esperan Helmut y los demás, es donde más vendemos nuestros productos —comentaba la dama que guiaba.

—Entiendo... ¿Y la estación de tren está cerca de allí?

—Está allí mismo —Tahani rio—. Por cierto, Rafael. No pude evitar notar tu cuaderno cuando guardaste la camelia, ¿todas esas hojas fueron escritas por ti?

Rafael se sintió un poco apenado por eso.

Ehm... Sim... La persona a la que quiero ver me enseñó a escribir y leer y, cuando me fui lejos de ella, me esforcé mucho para pulir mis errores y hacerlo mejor.

—Es impresionante —Lo observó admirada y risueña—. Se nota que eres muy inteligente, Rafael. Me alegra que esa persona haya sido tan amena contigo y te haya alfabetizado. Helmut y yo apenas podemos leer algunas cosas básicas en español, nuestra letra es fea y todavía estamos aprendiendo. Puedo escribir pocas cosas en portugués, pero no sirve demasiado para el comercio rioplatense, así que casi no uso mi lengua madre.

—Seguro que podés lograr aprender más, te notás inteligente.

—Gracias, Rafael.

El muchacho sonrió. Al menos, si Tahani fuera insistente, estaba seguro de que no podría entender bien sus escritos.

En los últimos meses, Rafael trataba de copiar las cursivas inclinadas aun si quedaban extrañas, y aprendió muchas palabras y sinónimos nuevos con los libros que Nerina dejaba de muestra en la biblioteca del recibidor: algunas enciclopedias, diccionarios, periódicos y esas novedosas revistas.

Todo lo que pudiera ayudarlo a mejorar en su escritura y lograr un léxico digno para su príncipe, Rafael lo tomaba.

Rafael quería escribir la carta más hermosa del mundo. Eso era lo mínimo que merecía David.

Por suerte pudo guardarse algunas revistas para no perder la práctica de lectura, eran las que menos pesaban en su bolsa.

—Entonces el portugués... ¿Sos brasileña también?

Tahani movió la cabeza indecisa.

—Somos descendientes de esclavos mozambiqueños, estábamos en el sur del Imperio. Mi tía fue la única que pudo comprarse la libertad y venir aquí con otros hermanos y hermanas. Luego ella pudo comprar mi libertad también con ayuda de mis papás... Comencé a trabajar duro para ir a buscarlos y devolverles el favor algún día... Pero les perdimos el rastro hace muchos años...

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora