🌼 XXX

71 18 14
                                    

El saladero trabajaba con carne seca y cuero. A Rafael le enseñaron a manipular lo segundo. Era una tarea cruda y apestaba un poco, pero, a fin de cuentas, era digna.

Aunque con el pasar del tiempo, las palmas se le resecaron demasiado por estar tan en contacto con el sodio y lavarse más seguido que antes.

Tontamente se sentía feo creyendo que no podría acariciar a David si sus manos estaban tan ásperas.

Pero fuera de eso, la primera paga llegó y la mitad de ella fue para ahorrar. Así con la segunda. Y así con la tercera.

Y las semanas se hicieron meses, a nadie Rafael dijo de su aniversario de vida porque no le veía el sentido celebrarlo si ya lo había hecho por precavido junto a su amado.

Los colores repetían sus ciclos cromáticos de acorde a la altura del año y tocó la guitarra bajo árboles desnudos, luego florecidos y luego reverdecidos..., pero David no había enviado ninguna carta todavía.

Rafael se inquietaba todas las noches pensando en lo solo y agotado que podía estar sintiéndose David.

Llegaba a pensar incluso, entre un llanto silencioso, cosas que le hacían romperse el corazón a sí mismo:

Que era mejor si David encontraba a alguien para cuidarlo más pudiente que Rafael, que le ofreciera cosas de calidad, que lo acompañara y entendiera bien de esos trabajos administrativos..., que David encontrara el hombre ideal que Rafael no podía ser.

Su imaginación siempre le provocaba celos, pero estos eran casi nulos, resignados.

Deseaba tanto que David estuviera alegre, que no llorara, que si estaba cansado alguien estuviera allí para darle un abrazo fuerte, que alguien se atreviera a hacerle cafuné para que durmiera tranquilo, que le dieran un beso de buenas noches...

Que lo miraran a los ojos con sumo cariño y le dijeran «te amo».

Anhelaba que David fuese adorado y cuidado como él lo hizo o más, y se le quebraba el alma de solo pensar que podría carecer con dolor todos aquellos detalles que le hacían feliz a los dos.

David... Sinto tanto a sua falta... —susurró contra la almohada que absorbía sus lágrimas otra de esas fatídicas madrugadas.

La carta a medio escribir seguía guardada en el pequeño cajón de su mesita de luz. Quería hacerla perfecta, y la inspiración era un instrumento de tenerle paciencia, pues se tomaba todas sus horas. Rafael miró el mueble pensando en ello y se sintió patético.

Había cosas tan hermosas como desprolijas y tachadas en ese cuaderno que se compró en el centro. Cosas que clamaban una pasión inmensa hacia su ángel de cabello rojizo... Pero, a la vez, se sentía un miserable mentiroso.

Ya sabía escribir al menos lo entendible, sabía tocar la guitarra, tenía trabajo, un techo, no era marginado, era libre, pero no se sentía autosuficiente...

Se lamentaba cada luna con impotencia. Hallando que todas las cosas que estaba escribiendo no tenían sentido porque, por más sinfín de palabras aduladoras y poderosas respecto a su amado que imprimía, era el mismo pobrecito Rafael que seguía esperando órdenes que lo confortaran a pesar de su libertad.

Si fuera un tipo rico, si fuera un tipo inteligente, decidido y más independiente, tal vez hubiera podido ayudar más a David y seguiría a su lado, mas no. Solo era un trabajador promedio sollozando en su cama por una carta que nunca llegaba y un amor casi imposible de vivir en paz.

¿Cómo David le confió a Rafael que continuase? ¿Cómo le tenía fe a alguien como él?

Rafael no sabía cómo seguir ahora... Sentía que no sabía nada acerca de la vida y que estaba encerrado a la espera de ser rescatado de nuevo por su príncipe para que este, como siempre, le indicara el camino.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora