🌼 XXII

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El estrés de David por su trabajo no aflojaba en lo más mínimo, tampoco las exigencias y reclamos de su hermano mayor que estaba siendo más estricto con él, siempre recordándole que tenía cosas por hacer y que no debía holgazanear.

Pero ahora, David se reconfortaba sabiendo que, al llegar, no solo sería recibido por un fuerte abrazo, sino por muchísimos besos de ese muchacho que le estaba robando el corazón desde hacía tiempo.

Le encantaba la conexión que tenían, el hecho de mirarse para decirse todo cuando las palabras sobraban, la manera en que ambos buscaban siempre cuidarse y hacer sentir bien al otro, la sintonía que sus cuerpos tomaban a la misma temperatura por tan solo unas caricias. Gozaba demasiado de las partes buenas en sus encuentros.

Sin embargo, tenía que recordarse una y otra vez que eso estaba bien. Se tenía que concentrar en que lo que estaba pasando entre ellos no era nada malo; ahora no tenía que sentirse culpable por gustar de él; Rafael también lo deseaba, era algo mutuo.

Ya no tenía que imaginar nada, porque en cuanto tenían la posibilidad de quedar solos se robaban algún beso, se buscaban, se escondían en algún cuarto, tardaban un poco más en la caballeriza o en la cocina a mitad de la noche.

Como un juego peligroso, un secreto de carácter prohibido que antes eran solo fantasías de David y ahora eran eventos compartidos con Rafael.

Los sueños que se tenían entre los dos, poco a poco, podían hacerse realidad.

David siempre quería más. Desde el primer toque osado, hasta los besos en el cuello y los cuerpos que se rozaban. Hacer esas cosas con Rafael, era como comer un dulce adictivo que moría por seguir consumiendo y comprobar hasta dónde sería capaz de ingerir.

Su mirada apasionada lo decía todo cuando Rafael lo recibía en la entrada con esa permanente calidez.

No lo resistía... Querer a Rafael se sentía tan bien, que en el fondo se cuestionaba si realmente era algo normal o si se estaba volviendo loco.

Y no, no era algo que le fascinara. De verdad le preocupaba que todas sus emociones se remitieran a algún síntoma. Porque, cuando estuvo con Lucien, jamás se sintió tan enfermo de cariño.

En las noches, donde más reflexionaba, se preguntaba qué hubiera pasado si la tragedia no se hubiera cumplido.

Se sentía una mala persona por ello, pues sabía exacto que, a causa de sentir que Lucien lo alejaba indirectamente en las cartas, había encontrado un consuelo en pasar tiempo con Rafael y comenzó a fijarse en él de otra forma después de unos meses.

Y Lucien seguía siendo padre de familia y esposo de una mujer... Su relación era mucho más pecaminosa y solo la papelería de correspondencia lo mantenían liado a él.

De que se amaron con fuerza, no tenía dudas. Aun así, no dejaba de carcomerse con escenarios —suponiendo que Lucien siguiera allí— donde podría ir a verlo a Francia, pero solo para despedirse y decirle que encontró la felicidad al lado de alguien más, que ya no quería esperarlo, que se rendía de ese amor.

Incluso en la vida como en la muerte, parecía no haber un camino con un final feliz para David y Lucien. Pensar en eso lo deprimía demasiado.

Sus dedicatorias de «amor eterno» no fueron tan eternas como pensaron.

La distancia era atroz para David. Necesitaba sentirse querido, necesitaba saber que tenía espacio en el corazón ajeno, pero inevitablemente la soledad era su única compañera. La que no dejaba de recordarle que lo prohibido terminaba siendo imposible para alguien como él.

Probablemente Lucien también se planteaba cuán imposible sería estar con él. David estaba seguro de que compartían las mismas incertidumbres.

Pero en el presente, ¿Lucien le perdonaría? David le pidió que le dejara volver a tener esos bonitos sentimientos porque amó sentirlos con él, pero no quería negarse a volver a experimentarlos si podía con otra persona... Solo no esperaba que fuese tan vehemente, tan cerca y tan pronto.

Una de mil • [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora