cinco

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竈 かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo cinco
«el uno o el otro»


veinte de noviembre


El cantar de las aves no se escucha porque en realidad no hay ninguna. Quizá una lechuza por aquí o por allá, pero esas dormitan por el día y la dejan en silencio. Tampoco hay algarabía en el hospital. No espera que la haya, pero al menos un poco de bullicio sí. No se escucha nada ni nadie, como si el lugar estuviera muerto desde adentro, pudriéndose esperando algo que ni los mismos pacientes conocen.

Su hermana de crianza, Kanao, le había dicho que ahí se respiraba más esperanza que en otro lugar. Y ahora que lo piensa mejor eso debía ser una mentira o exageración. Incluso hasta la comida sabe luctuosa, y eso que va apenas dos días alojado como huésped especial. O yo tuve demasiadas expectativas o Kanao me mintió, piensa, tal vez Kanao me mintió, a esa chiquilla jamás se le puede creer nada, siempre con esa mala costumbre.

Zenitsu le da un sorbo a su café amargo y luego lo deja sobre su escritorio, el cual antes era de Kanao y que ahora le pertenece solo a él. «Puedes quedarte con mi habitación y yo tomaré la tuya. De todos modos no estaré aquí mucho tiempo, yo haré algo de trabajo de campo y estaré con las glicinas. Tú sabes por qué», había insistido su hermana a pesar de que él se estaba negando en apropiarse de su espacio. Tampoco era de rogar, por lo que no le costó ni dos horas pedir algunos libros acerca una parte del cuerpo que le parecía interesante: la mente. Con Kagaya había estudiado de todo un poco, pero se inclinaba en lo que a pocos le interesaban, y era justamente por eso que podía explayarse todo lo que quisiera porque de todos modos nadie cuestionaría nada y solo escucharían u obedecerían.

Era innegable el hecho de que Kanao tenía uno de los mejores cuartos por no decir el mejor: una gran ventana, un escritorio amplio, una cama con un mosquitero inútil para esa época del año, una campanilla que conectaba directamente con la cocina, una alfombra de piel de conejo y frazadas y almohadas de plumas traídas del extranjero; la decoración tampoco se quedaba atrás y se mostraba sumamente ostentosa, demasiado para un hospital que supuestamente tiene como fin ayudar a los heridos y no la comodidad de sus empleados.

Hay algo malo gestándose aquí, fue lo primero que pensó. Y cuánta razón tenía el muchacho de cabellos rubios.

La puerta es tocada firmemente. Reprime la sorpresa que sus ojos demuestran. Se aclara la garganta y pide que cualquiera que esté del otro lado pase. La secretaria del nosocomio se presenta. Cómo ha estado, señorito Zenitsu. Bien Susamaru, qué tal tú. No puedo quejarme, señorito. ¿No puedes o no debes, Susamaru? Oí que Douma-san no te lo permite. Entonces Susamaru ríe contra su palma y le dice que su jefe está libre y dispuesto a escucharlo, justo como había solicitado el día anterior. Está bien, Susamaru, iré ahora mismo. Hasta luego, señorito.

Y Zenitsu, presto, se encuentra frente a la oficina de Douma. Kanao estuvo en ese mismo lugar hace unos días, pero la diferencia es que a él no le afecta que el mismo jefe del hospital esté ahí. Que se joda, piensa con desdén, que se joda y que le jodan y que no me joda. No está nervioso ni siente el miedo en su nuca. Douma le ordena que pase y él se prepara para hablar con una pared con un renombre robado.

—Señorito Zenitsu, qué sorpresa verle por aquí... —saborea su nombre de mal gusto y se obliga a estrecharle la mano—, Kanao-chan no me dijo que venías en estos días...

—Debe entenderla, Douma-san, mi hermana está tan ocupada que a veces se le olvida las cosas importantes. —Zenitsu corresponde el gesto y sin pedir permiso se sienta frente a él, limpiándose la mano contra su pantalón con extremo disimulo. Mantener las apariencias siempre va a ser lo más inequívoco—. Había querido saludarlo el mismo día, pero Susamaru me dijo que andaba ocupado y no quise molestarlo. Ruego disculpe mi poco tacto.

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora