doce

143 20 4
                                    

かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo doce
«rastro robado»


quince de enero


Cinco para la seis. La brisa marítima colisiona contra su rostro desnudo una y otra y otra y otra vez. Desconoce hace cuánto tiempo ha estado sin visitar el mar, pero supone que es mucho porque la sensación es asfixiante de una buena manera. No recordaba ese aroma tan reconfortante; no recordaba la vista tan llena de vida; no recordaba el frío acomodándose en su pecho herido y vacío.

Varios días tuvieron que pasar para tener ese privilegio de huir. Al principio se mostró reacio, negándose a subir a esa carabela si eso le quitaba el lugar a alguien con más prisa que él; sin embargo, después se le fue borrando ese rastro de empatía porque unas palabras le compraron la emoción y se le había arraigado tanto que ahora no recordaba que alguna vez tuvo la intención de darse media vuelta para regresar al hospital.

¿Eres Tanjirou?, le había preguntado un tal Sanemi, jefe de ese equipo peculiar cuando se encontraron por primera vez hace unos días. Tanjirou, sin dudas en su voz, le respondió que sí, pero que no le pregunte el apellido porque eso si que no lo recuerda. A Sanemi no le costó ni dos segundos en decirle que no se preocupe, porque Giyuu ya se lo había dicho antes de perderle el rastro. ¿Tomioka-san está vivo?, le cuestionó Tanjirou con una ilusión que no quiso ocultar, pues si conocía alguien que le conocía a él de antes entonces había posibilidad de poder unir los retazos de su pasado. Sanemi le dijo que sí, que por el momento Tomioka está vivito. ¿Por el momento...? Sí, niño, lo tienen en el hospital del norte. Lo recuperaremos pronto y te podrás reunir con él cuando ambos estén en Los Cómodos. Es un bocazas, así que no le hemos dicho que establecimos contacto con él a través de alguien más. Guarda el secreto. Y antes de poder contestarle él se esfumó y le presentó a Rengoku Kyojuro, un tipo que nunca se callaba y que cada vez que comía gritaba umai a los cuatro vientos. Era un hombre tan transparente que unos pocos días habían sido suficiente para saber mucho de él, como su amor a las donas, a pesar de no pudiera comerlas seguido en la ciudad por temor a que lo viesen por su inusual apariencia. Por lo demás, es un buen tipo.

—¿Todo bien, hijo?

Y hablando del rey de roma se aparece el mismo. Rengoku se sienta a su lado y ve hacia la misma dirección: si se va de frente hacia allá podrías llegar al mercado y luego a la capital. Tendrías que atravesar dos pequeñas ciudades, pero estarías ahí para el anochecer. Y eso, aunque Tanjirou lo sabe, prefiere hacerse el loco y decirle que no tenía ni idea. Es por si quieres escapar, hijo, ya sabes que aquí no te atamos a nada que no quieras. Lo sé, Rengoku-san, gracias por reiterarlo. Voy a quedarme con ustedes.

—Una amiga me trajo unas donas. —Rengoku saca una pequeña bolsa de papel de su bolsillo izquierdo y se la tiende—. ¿No quieres una? El viaje será largo hasta Los Cómodos. En realidad, sería corto si el mar no estuviera lleno de seguridad.

Tanjirou asiente. Toma la dona más pequeña porque sigue detestando el dulce, pero detesta más la idea de hacerle un desaire a ese hombre que ha hecho más por él que otros. Según le dijeron, primero le habían localizado en el hospital gracias a una fuente anónima, luego Makomo coincidió con él en la casa de Inosuke y se aseguró de que hablaban de la misma persona, para luego darle indicaciones para huir de ese infierno. Makomo solo le había tenido que decir «Tomioka está vivo, la guerra sigue en pie y te mandarán como cerdo al matadero. Si quieres vivir solo reúnete conmigo a las dos de la mañana y yo te sacaré de ahí».

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora