cuarentaitrés

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo cuarentaitrés
«nosotros después de»



treinta de agosto



Tanjirou desprende un olor soporífero. O quizá es tan solo su sudor seco. También puede ser el petricor. Kanao retiene un suspiro y se dice que no importa con tal de seguir oliéndolo por un ratito más. Está dándole la espalda, pero eso en lugar de molestarla o irritarla, como que le da algo de paz, tal vez es porque así se asegura de no verle la expresión cuando despierte y note que entre ambos nada ha cambiado y a la vez sí. Como recordaba, él tiene la piel salpicada de lunares pequeños y de unas cuantas pecas, aunque ahora hay unas más de las cuales se perdió su nacimiento, pero que ansía poder verlas hasta el final. Duerme tranquilo y ella aprovecha para rozarle las yemas, grabando no tan solo con su memoria sino también con su tacto frío la textura de su piel, del cambio inescrutable que les ha golpeado a ambos en distintas medidas pero con la misma fuerza.

Esta vez, sin embargo, cuando ambos ya están despiertos en su totalidad, no hay cariños de buenos días ni susurros con residuos de lujuria. Tanjirou le pregunta cómo amaneció, pero es más por obligación que por mero placer. Kanao, por su parte, le responde como ida porque siente que todo sucedió tan raudo para ser verdad. Sus pieles no chocan más y cada uno toma espacio porque saben, sienten, que si siguen tocándose pueden morir ahogados entre las palabras que ninguno quiere decir por temor a lo consecuente.

Es Tanjirou el hombre, ha de recordárselo cada cinco minutos, ha de creer que exponer sus sentimientos lo pinta como marica, como se lo viene repitiendo desde que despertó hora y media antes que Kanao y no se movió solo para poder sentirla más. No es amor, eso es lo que se dice, es tan solo nostalgia. Con un carraspeo se disculpa y, un poco abrupto, se levanta con la excusa de hacer el desayuno. Se viste a medias porque deja su pecho descubierto. Revisa el horno de leña que dejaron encendido ayer cuando asimismo la llama de su antigua pasión estuvo viva, y entonces puede notar el postre quemado de la anterior tarde. Se parece a nosotros: quemados por destiempo.

Y, Kanao, como siempre, es un cuento aparte: se queda viendo cómo es que Tanjirou desaparece de su lado, se planta justo frente a ella y luego vuelve a desaparecer como un fantasma que no sabe adónde pertenece y asimismo sabe adónde sí. Qué confusión. El lado donde estuvo Tanjirou empieza a enfriarse, primero lento y pronto con más rapidez. Le roba su almohada y la coloca por sobre la suya: aún contiene ese aroma soporífero que le incita a dejar la mente en blanco, mas desiste en el camino porque ahora no es ella, es él. Así, como quien está acostumbrado a hacerlo todo en silencio para evitar miradas ajenas y acusadoras, se levanta de la cama cuando el reloj ya ha avanzado suficiente. Como Tanjirou, ella se viste a medias con la camisa ajena que le cubre hasta un poco más abajo de la cadera. Extraño, piensa, eso es lo que eres; vuelves a ser un extraño. No quiero que lo seas, no quiero extrañarte más.

—Tanjirou...

Hm. Eso es lo único que le responde mientras lava verduras: espinaca por aquí, zanahoria por allá, sácale el tomate que ese no combina. Tanjirou asiente, el tomate forma parte de otra historia. Kanao le alcanza una tabla de picar para que no dañe la mesa. Tanjirou solo vuelve a asentir, porque ni palabras tiene ni hablarle quiere. Al menos no mientras hace el desayuno.

—He estado... —Kanao se interrumpe a sí misma cuando su atención pasa al postre quemado, aunque pronto lo ignora para poder volver a empezar—: estuve pensando en algo...

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora