siete

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo siete
«el esfuerzo que le hiere la garganta»


veinticinco de diciembre


Una pregunta al aire sin segundas intenciones, unos vocablos conexos que buscan una respuesta que le atemoriza y le emociona en la misma medida, una constante incógnita que no puede dejar de repetirse desde que Zenitsu, sin quererlo en su totalidad, le expandió la mente: «¿qué es lo que podría hacer después de salir de aquí?».

El final se acerca: lo siente en sus huesos, y él siempre ha sido de no equivocarse por mucho. El aroma del hospital es distinto, parece haber algo lúgubre entre las paredes, arrastrándose bajo su mirada inocente. Quizá está siendo un poco paranoico, pero aún así no puede evitar preguntarse si alguna vez su vida podría seguir siendo la misma, o por lo menos tener un atisbo de lo que antes fue y de lo que hoy no es. Es la tarde de navidad y absolutamente todo se percibe distinto: el abrazo frío de Kanao, la ausencia de Zenitsu por asuntos que nadie se molestó en explicárselos, el almuerzo especial del comedor, la dosis extra de postre, el chocolate caliente que no pudo llevarse a la boca por temor a perderse a sí mismo. Pequeñeces sin importancia que sí importan en realidad, pues el contraste es mayor cuando no había nada de eso antes. O igual es porque no pensó llegar hasta ese momento.

No ha visto a Kanao en todo el día. Pronto serían las siete y ella solo se había presentado en la mañana por un saludo y luego se esfumó. Como un fantasma que huyó, no la buscará hasta que ella crea necesario. Y eso que le está costando no salir a por su presencia, simplemente porque su diminuto círculo de amistades es ella misma y Zenitsu. Tampoco la encontró en el comedor y menos en el patio con el bosque de glicina detrás. No hay ningún rastro de ella y pensar en que algún día así será para siempre por alguna razón le duele el corazón. Es añoranza; añoranza incluso teniéndola ahí consigo.

Se oyen pasos afuera. Pestañea varias veces y trata de restarle importancia, a pesar de que su mente repite que probablemente es ella porque nadie se pasea por esos lugares a esa hora. Aguarda un momento y la emoción se le refleja en la mirada cuando escucha unas llaves cerca. No hay dudas: es ella. Debe serlo.

—Oye.

Tanjirou finge despegar la mirada del libro en inglés que Zenitsu le dejó a través de Kanao. «Tanjirou, asshole, esto es por navidad. ¡Fue mi primer libro, así que cuídalo y hablemos de él cuando regrese al hospital! Disfrútalo mucho, amigo mío». Eso era lo que decía en la hoja de respeto y en el idioma madre que compartían. Le había robado una sonrisa esa mañana y había intentado leerlo las mismas horas que esperaba a por Kanao, pero lo único que pudo traducir fue el título, el cual decía La Iliada en cursiva y en dorado. Era tapa dura y se veía costoso.

Pero no se distrae mucho en lo que ya sabe. Tanjirou gira un poquito la cabeza y ve a Kanao, con el rostro cansado y las ojeras más notorias que antes. Qué es lo que te aturde, Kanao, quiero saberlo y ayudarte. Y, aunque quiere preguntárselo, se lo guarda. Para qué, para qué le pregunto algo que Zenitsu ya me respondió.

Por su parte, Kanao se recuesta en su recamara vacía. No dice nada, no habla, no intenta hacerle una conversación inútil. Se siente un poco libre en ese cuarto. Ha de ser porque el compañero de Tanjirou falleció hace unas semanas, y eso ella lo sabe mejor que nadie porque estuvo rellenando su ficha hasta el amanecer antes de decírselo. Había tratado de saber si ambos eran del bando enemigo, pero la madre del fallecido había venido al día siguiente y lo reclamó, llevándose consigo al único amigo que él había podido hacer y también la esperanza de una mejora.

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora