diez

129 21 9
                                    

かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo diez
«quienes ya se fueron»


once de enero


Kanao renunció al hospital el nueve de enero, pero regresó al día siguiente. Estaba cansada de ser acosada por Douma y así mismo se lo confesó a Kagaya, quien sintió su sangre hervir por tal atrocidad y movió sus influencias para solucionar por cuenta propia el conflicto. La mañana del diez Kanao llegó del brazo de su tutor y con varios hombres marchando detrás; fueron a la oficina de Douma, aunque, como era claro, este había dimitido siete horas atrás y tuvo que volver Akaza, la verdadera persona a cargo.

«No acoso a las mujeres, solo las trato como inferiores. Encontraré a Douma y lo mataré si eso le hace sentir más tranquilo», habían sido las palabras de Akaza, como quien confiesa una nadería de la infancia. De todas maneras, Kanao no esperaba mucho respecto a ese asunto, así que se dio por satisfecha. «Gracias por la oportunidad de poder ejercer aquí, pero me largo al carajo», espetó antes de irse, grabando en su memoria la sonrisa sardónica de Akaza y el gesto orgulloso mal disimulado de su tutor.

Hoy, siendo once de enero a las once de la mañana, la verdad es que no está haciendo nada más que esperar. Si Tanjirou huyó por su cuenta entonces también podrá comunicarse por su cuenta, o al menos eso le había dicho Zenitsu unas horas atrás en el desayuno. Naturalmente, él también había renunciado al hospital porque en realidad solo quería compartir tiempo con ella y con Tanjirou, aunque este había huido. Junto a su hermana, no había olvidado a los demás pacientes del nosocomio, pero por el momento estaban dándose un descanso para ver cómo podían sacarlos de ahí y mandarlos a su casa y no a la guerra, otra vez.

La luz mañanera le da directo al rostro, el aire hace danzar sus cabellos y debería estar sintiendo frío, mas no es así. Tiene los labios fruncidos, el gusto a chocolate caliente y a tostadas con mermelada de tomate. Una asquerosidad, eso sí, pero como no era su casa no podía quejarse. No tenía ocho años, los mismos que tenía cuando sus hermanas la abandonaron en un país extranjero.

¡Pero qué desfachatez! Fue lo primero que pensó cuando se enteró que ellas la andaban buscando. ¡¿Puedes creerlo, Zenitsu?! ¡Primero me arrojan a los lobos y luego quieren que regrese con la cena! ¡Increíble su descaro! ¡Quizá una de ellas está enferma del riñón y quiere uno! ¡Pero qué sepan que mis riñones son míos desde que nací y que estarán conmigo hasta mi muerte! Cálmate, Kanao. ¡Que se calme el presidente! Y así anduvo por varias horas. La propuesta de Douma le había caído como patada al hígado, curioso porque fue una patada la que le dio para huir de él y regresar a la casa de Aoi, donde tomó a Zenitsu de la muñeca y lo llevó a la habitación de invitados donde gritó todo lo que quiso y donde durmió como una bebé hasta el mediodía.

Su origen había pasado a ser un enigma olvidado. Ya no le importaba. Dejó de hacerlo a los quince, cuando una vez encontró a Kagaya dibujándole un retrato a mano para su cumpleaños. Ese día el corazón se le ablandó y le dio su plena confianza, empezó a amarle de a poco y a considerarlo como su familia. Poco a poco olvidó las facciones de sus hermanas y empezó a reemplazarlas con anécdotas de su infancia compartida en esa casa. Ellas eran un recuerdo que a veces venía a importunar.

«Douma seguro pensó que con eso podría domarte. Lo que no supo es que en realidad a ti te importa un carajo tu vida antes de mí. Lo sé, Kanao-nee-chan, soy perfecto», y solo con Zenitsu había podido calmarla y hacerle reír en la casa de Inosuke. A la mañana siguiente se secaron unas lágrimas inexistentes y con un beso gigante fueron a ver a Ann, la bebé favorita de esos dos y de toda la familia en general.

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora