seis

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo seis
«bandera blanca»


cinco de diciembre


No hay nieve cayendo esa noche. Los pabellones y sus habitaciones están a oscuras, lo que no es sorprendente al ser de madrugada. El frío se le mete entre la ropa y va hacia su piel, pero no le molesta, o al menos no lo suficiente como para levantarse e irse hacia su habitación. Es singularmente cómodo estar ahí sola esa noche.

Luego de la visita a la casa de Inosuke las cosas seguían como antes: sin ningún avance. Aoi les dio el postre entero para que se lo fueran comiendo en el camino, pero Kanao había perdido el apetito al igual que Zenitsu, por lo que el único en disfrutar de tal delicia fue, inusitadamente por su sabor excesivamente dulce, Tanjirou. Asimismo, confesó que le gustó el paseo y que, si algún día se pudiese poder volver lo hagan, porque también quería volver a oler el aroma a amor. Sus acompañantes seguían tan tensos que Kanao guardó sus palabras y Zenitsu le aseguró que más temprano que tarde regresarían, de eso seguro.

Tantas vueltas le dio al asunto de Tanjirou que desplazó la verdadera razón por la que había pedido la transferencia de sedes: la glicina. Venía estudiándola desde hacía dieciséis meses, pero no avanzaba como quería. Le parecía interesante y deseaba poder ver más allá que los demás. Sin embargo, seguía ofuscada en el asunto del pelirrojo que simplemente iba a ayudar con una u otra cosa al nosocomio y luego volvía a su habitación a dormir. Dormir era la única manera que encontraba para suprimir la desesperación y apagar un rato la mente para que no fastidie.

Un crujido se oye a la distancia. Kanao gira unos centímetros la cabeza pegada al suelo y le ve de pie: es Tanjirou. Está alejado y gritarle podría ocasionar un escándalo que tampoco podría justificar, así que se calla. Vuelve a la posición de antes. Ahora se siente un poquito más el frío, ¿o será la conciencia? Sea lo que sea, que se aleje. Y Tanjirou, en lugar de poder leer entre líneas lo que ella quiere decirle, se acerca con la misma bolsa negra de tela que Zenitsu utilizó para traerle el disfraz que antes lo sacó del hospital.

—Te traje un regalo.

Kanao vuelve a verlo. Sus ojos no brillan en ese momento. Quizá nunca han brillado en su totalidad, pero ahora lucen realmente opacos, muertos. Le pregunta qué es. Tanjirou solo atina a extenderle la bolsa, diciéndole que es un agradecimiento por haberle sacado del nosocomio la otra vez. No era necesario, le dice Kanao, lo hice por todos nosotros y Zenitsu fue el que más ayudó. Y Tanjirou niega, pensando que a Zenitsu nunca podría besarlo y quizá a ella, con un poquitito de suerte, tal vez.

—Tamayo-san me dio una tarea antes de que falleciera... —comenta Tanjirou, dejando la bolsa sobre el abdomen de Kanao, quien aún yace en su mismo lugar—. Quería que tejiese un suéter o lo que sea que eso haya sido...

—¿Me trajiste un abrigo tejido por ti...?

—Es a crochet. De hecho, resulta muy fácil tejer así cuando le agarras el gusto. —Tanjirou se acuesta a su lado, no muy cerca ni muy lejos, lo suficiente para sentirla sin que ella le sienta a él—. Me dio la lana justa y, aunque quisiera, eso jamás podría haberme quedado. Tú le darás mejor uso. Además, la navidad está cerca y tal vez...

—No me gusta la navidad —le corta sin querer, sin pensar, como si estuviera en una especie de trance donde las mentiras no están invitadas y la confianza y sinceridad sí—. Mis hermanas me abandonaron en esas fechas.

Tanjirou le da una mirada de reojo. Dura un segundo y luego la devuelve al cielo. Está despejado, increíble para ser esas épocas del año. Huele el desanimo a su lado, pero no dirá nada a menos que ella empiece. Ha estado percibiéndola rara desde hace varios días y había tratado de hacerse a un lado, darle su espacio, dejarle respirar cualquier herida que pudiese tener; sin embargo, cualquier asunto que le pique el alma se estaba yendo de sus manos, era notorio con tan solo ver sus ojeras y su rostro lívido.

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora