cuarentaicinco

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo cuarentaicinco
«nosotros en»


nueve de septiembre


Siente las manos heladas, ajenas. Debe ser porque la ventana está abierta y no tiene ánimos de pararse a cerrarla. Aún no llega el invierno, pero es como si lo tuviera especialmente para sí. Caminó indolente por las calles que alguna vez fueron suyas y que ahora son de alguien más, pero eso no importa porque de todas maneras es quien tiene los recuerdos y dispone de ellos a su antojo para construir y derribar tanto como quiera. Hay gente tranquila en todos lados a pesar de que los periódicos hablen de lo mismo una y otra vez: el incendio de la residencia de un diplomático en el extranjero, en un país aliado al suyo.

Kanao se había reunido con Tanjirou apenas unas diecisiete horas atrás, pero no hubo tiempo de afecto porque se vieron en la necesidad de conseguir dinero para comprar dos boletos con un destino cualquiera y alejado. Él desapareció por doce horas y regresó para acostarse a su lado, donde ella le confesó una verdad cruda y necesaria; él solo río y lo aceptó, mientras le calmaba los sollozos y rechaza las disculpas que le parecían innecesarias. Por suerte, Tanjirou no se había ido como vaticinó por su demora. Kanao ni siquiera pensó en lo que haría si no lo encontraba en la posada, porque simplemente desde que asesinó a Douma su mente está como nublada. No es cargo de consciencia ni culpa, es tan solo rareza. Se siente sumamente extraño vivir sin una carga tan pesada en los hombros; se siente irreal y paranoica.

El primero de septiembre, luego de haber visto sus regalos, se inició una batalla verbal y física que se expandió por horas. Douma había tenido entrenamiento militar, pero los años no pasaron en vano y le jugaron en contra en más de un sentido. Kanao tampoco era muy joven que digamos, pero estaba físicamente mejor que él. Cuando la tarde cayó, Kanao se declaró como ganadora luego de hacer cosas inenarrables que la perseguirían hasta el final. Hubo mucha sangre, muchos golpes. Sin embargo, piensa, valió la pena y lo volvería a hacer las veces que fueran necesarias. Lo único que pudo cumplir al final fue quemarlo, pero no vivo, o al menos no del todo.

«Así que, solo por hoy, ¿podemos fingir?». La voz de Kanao fue suave y la respuesta de Tanjirou fue acertada.

—¿Tienes tus nuevos documentos? —pregunta Tanjirou, a lo que Kanao asiente. Él deja su abrigo encima de la cama y luego se acuesta junto a ella, como en los viejos tiempos—. Excelente. El barco sale a las nueve, pero debemos estar ahí dos horas antes.

—O sea que... —Kanao vira un poco la cabeza para ver el reloj—, en diez minutos, bien...

Se quedan callados, escuchando cómo es que algunos niños juguetean afuera mientras aún hay luz natural. ¿Le escribiste algo a Hana?, cuestiona Kanao mientras va tomándole la mano para entrelazar sus dedos, a lo que Tanjirou se deja porque, aunque no lo admita, le gusta su iniciativa. No, no quiero ponerla en peligro. Será mejor no hacerlo.

Resulta que no todo se lo llevó el fuego ese primero de septiembre. Hubo una sola sobreviviente, la peor de todas: Susamaru, quien se embarcó hacia Taiyou y se refugió con Muzan, o al menos eso decían las noticias de los periódicos o las menos confiables que se denominaban como rumores. Fuese como sea, ambos necesitaban irse de ahí antes de que los atrapen en la capital. No es como si hubieran hecho algo malo, porque legalmente no lo hicieron, pero quién no sabe que siempre las cosas se solucionan bajo la mesa y que Susamaru no dudaría en matarlos si es que se los topaba. Muzan, por otro lado, solo le interesaba callarlos, o más bien, callarla a ella, pues existía la posibilidad de que Kanao supiera de todos los negocios ilícitos en los que Douma y él estaban embarrados.

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora