treinta y cuatro

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo treinta y cuatro
«el amante y la ratona»

cinco de junio


Tanjirou arruga la carta entre sus dedos, la hace una bola como la encontró en la papelera del cuarto de Hana y cuando escucha pasos cercanos finge leer el periódico que compró esa mañana cuando ambos fueron hacia el mercado por algo de comida. Hana entra en su habitación y de reojo inspecciona lo más rápido posible sus alrededores: la papelera está ligeramente inclinada a la izquierda. Para alguien tan ordenada como ella es sencillo ver que alguien la movió, y que ese alguien es Tanjirou.

Pero si quiere decir algo, se lo guarda. No vacila en acercarse hacia él y se sienta a su lado, justo sobre su cama. Le ofrece un poco de sandía cortada y se extraña cuando Tanjirou le niega. ¿No te gusta la sandía? No me agrada mucho lo dulce, Hana. ¡Ah, ¿en serio?! ¡Nokao detestaba lo dulce también! Tanjirou siente un retorcijón. ¿No le gustaba... lo dulce...? ¡Para nada, era muy amante de lo salado si mal no recuerdo! ¡Douma siempre le compraba cheesecakes y cuando se portaba mal le obligaba a comérselos frente a él! ¡Yo lo veía más como un premio que como un castigo, pero imagino que para alguien como él debió ser una tortura! Entiendo..., le dice Tanjirou, aunque en realidad no entiende ni un poco.

—¿Color favorito? —cambia de tema, forzándose a tomar un pedazo de sandía. El sabor le desagrada, aunque ahora desconoce si es el sabor en sí o el saber sobre Nokao.

—Magenta.

—¿Como mi cabello?

—Nuestro —le corrige Hana—. Mi cabello es naturalmente pelirrojo, pero me lo tiño con henna y sales de plomo porque Kanao decía que llamaba mucho la atención.

Tanjirou se acerca hacia Hana, quien separa un mechón de su cabello y con esfuerzo le enseña las raíces: es cierto, se vislumbra el cuero cabelludo rojo, igual que el suyo. Tanjirou ni se esfuerza en ocultar su sonrisa: cada día que pasa descubre más sobre esa pequeña extraña y se siente reconfortante.

—Uhm... ¿animal favorito?

—Nunca he tenido un gato, así que escogería un gato... si quieres regalarme algo bonito, entonces que sea un gato... —juguetea Hana, terminándose su trozo de sandía y lamentándolo hasta que Tanjirou le regala del suyo—. Gracias. ¿Por qué la gallina cruzó la calle?

—¿Por qué?

Ambos se quedan en silencio.

—¡Qué chiste tan malo! —reprende Tanjirou, después de captar el mensaje—. Es tan malo que me da... da gracia que sea malo... ja, ja, ja...

—¡Ustedes dos, ya duérmanse! —Alguien golpea con un palo de escoba el piso donde ambos se encuentran—. ¡Son las dos de la mañana, insensatos!

Hana le da una mirada alarmada a Tanjirou y le pide disculpas con la misma. Hiciste mucho ruido al bajar a la cocina, le dice como si ella no lo supiera, ya ves, te dije que no vayas. Pero tenía hambre y la sandía... Dije que iba a comprarte más mañana, que no importaba si esta se echaba a perder por el calor. ¡Pero la comida no se desperdicia, es pecado! No digas eso, Hana, suenas como mi madre, ¡anticuada! Hana siente enrojecer las mejillas. ¡No seas derrochador, Tanjirou, la comida es sagrada! Entonces el segundo golpe proviene. ¡¿Pueden callarse de una vez, hocicones?!

El tal Kanlo Kanzaki tenía nombre: Sakonji Urokodaki, un anciano que vivía acomplejado de su rostro y lo ocultaba cada que bajaba del cerro de donde vivía hacia el pueblo por alimentos o para cobrar deudas, porque en realidad no era niñero sino más bien prestamista. El mundo es un pañuelo y así lo comprobó Tanjirou cuando vio una foto de Makomo, Sabito y Giyuu en el recibidor de su casa. Por un instante quiso decirle que conoció y conocía a los de la foto, pero significaba reabrirle una herida al hombre que cuidaba de su hija, así que se quedó callado. Quién habría adivinar que después eso le costaría muy caro, pero esa es otra historia.

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora