uno

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo uno
«el principio es el fin»

dieciocho de septiembre


La guerra terminó. No sabe cómo, no sabe cuándo, no sabe por qué; de lo único que tiene conocimiento es que ese conflicto largo por fin llegó a su fin un mes atrás y que, por lo que entiende, está a salvo en ese hospital alejado de las ciudades con más estragos en la espalda. De vez en cuando tiene unos pequeños destellos de esa realidad, pero no duran mucho porque estas son como pesadillas y alejarlas y olvidarlas es lo más debido, o al menos eso le han dicho.

Una noche durmió en un páramo lleno de césped mojado y cuando despertó estaba ahí. Así de sencillo es acortar la historia de cómo fue que llegó al hospital. Más no puede evocar y menos no puede decir. Para su infortunio, tampoco recuerda qué es lo que estuvo haciendo antes de ser reclutado para la guerra. Es como si mirara por sobre su hombro y solo encontrara espacios en blanco porque la realidad se le había sido quitada de a tirones. Recuerda los rostros de sus hermanos, pero no sus nombres y no puede ubicarlos por lo mismo; recuerda dónde vive, pero no cómo llegar, recuerda el aroma ancestral de la muerte incluso estando a salvo.

Cómo fue que terminé aquí, una pregunta recurrente que carece de respuesta y sobra de culpabilidad. Mis amigos estarán bien, otra pregunta que no hace, pero que muere por formular y desiste de ella en la misma medida, porque también le aterra la respuesta. Qué haré cuándo termine de sanar, una incógnita en la que ni siquiera quiere profundizar.

—¿Estás con la pensadora?

La pensadora, según tiene entendido, es lo que precisa su nombre: un momento de profundos pensamientos. Podría hacerse pasar como un momento de meditación, pero la diferencia radicaba en que la primera nublaba la vista y dejaban expuesto los sentimientos, enmarcándolo entre sus facciones contraídas por el agrio sabor de lo que pudo ser, de lo que sería y lo que no era.

Al principio, cuando todavía tenía unos pocos días despierto, había jurado consigo mismo no irse a ese abismo. Lo había visto de lejos y le tenía pavor porque a los demás parecía no irle tan bien entre esa bruma. Sin embargo, más temprano que tarde se vio envuelto en esa neblina donde ahora, con la noticia súbita e inoportuna de que en unos cuantos meses sería navidad, la tenía muy seguido y no podía simplemente alejarla porque decía necesitarla, decía, solamente a sí mismo, que necesitaba un poquito del pasado para remarcar bien los pasos que tomaría para el futuro, incluso sabiendo asimismo que estos eran tan inciertos como todo lo que se dicta al alba siguiente.

Una suave presión toca su hombro. Los dedos finos de Tamayo intentan reconfortarlo diciéndole palabras que a su oído son fútiles. Estoy bien, le responde, solo que un poco distraído. Y qué es lo que te distrae, le pregunta entonces Tamayo, quien aún no deshace por completo el contacto y, al contrario, lo refuerza al ver entonces el rostro nublado de quien parecía ser un sol naciente de verano. Y Tanjirou, obnubilado todavía con la pensadora, le contesta que lo olvidó, que olvida cosas así de vacuas para no rellenar su mente con naderías.

—¿Qué es lo que te aturde? —insiste Tamayo, eliminando la unión para sentarse a su lado, para hablar, para poder entenderlo, para borrar de sus facciones esa mueca descontenta—. Si me lo dices, quizá pueda ayudarte...

Es que esos son los puntos: no quiero que me ayuden y tampoco quiero contártelo. Se muerde la lengua para no responderle así, pero ganas no le faltan. Siente una inusual irritación desde que despertó, mas eso no se lo ha dicho a nadie y tampoco es como que quisiera perder tiempos en consultas de esa índole. Ya va a pasar, trata de convencerse, incluso sabiendo que empezó a decirlo hace semanas y el resultado sigue siendo igual de infructífero.

ESTRAGOS | TANJIKANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora