[ Capítulo I ]

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A James Potter le costó entender. No, más bien de que lo entendía, lo entendía. Con el transcurso del tiempo había desarrollado la habilidad de comprender a Sirius más de lo que podría explicar en palabras.

Su mejor amigo vivía completamente en negación. Negando todo el tiempo que le importaba el futuro de su hermano o que le lastimaba el rechazo de su madre. Tantos años de amistad lo habían hecho a sus ojos tan claro como el agua. Así que en realidad no es que le haya costado entender, sino más bien aceptar.

Aunque lo notó mucho antes de lo que a sí mismo le gustaría admitir, no hizo nada al respecto porque pensó que, dada las circunstancias, Sirius siendo terco y haciéndole la vida imposible a Snivellus, no habría posibilidad para una apertura a estos sentimientos. Se perderían en el mar tormentoso de sus emociones.

Por lo tanto, él jamás se daría cuenta que albergaba esos sentimientos complicados por el Slytherin mientras que James podía seguir fingiendo demencia, ahorrarse el discurso y las situaciones incómodas que acarrearían tras esa revelación.

Estaba siendo demasiado optimista acerca de ello, por supuesto.

Si Sirius era ya una persona difícil, añadir que era un Black a la ecuación fue una combinación catastrófica cuando un día Evan Rosier se unió al marco de esta historia que no sabía en qué momento comenzó a cocinarse.

Al principio culpó el mal humor de su amigo a los exámenes. Estaban en Quinto, un año importante para la educación de todo mago. Los TIMOS eran claves a la hora de saber qué tipo de profesión seguirías a futuro.

No había manera que alguien no lo tomara con seriedad. Incluso él quien de manera habitual se le veía vagando en clases y haciendo bromas, había estado uniéndose a la biblioteca con Remus para estudiar aunque sea un poco. A pesar de ello, James sabía que era más que eso. Mucho más que eso. Sirius lucía todo el tiempo conflictivo.

—¿Sirius?

—Solo hoy no, prongs —respondía de forma abrupta dándole un mordisco rudo a su tostada. Era obvio que no quería estar ahí.

Frente suyo, en la mesa de Slytherin, Snivellus conversaba amenamente con Rosier. James lo conocía por una de las reuniones sangre pura que fue para no dejar solo a Sirius, aún cuando su madre le obligaba a ir y pretender enorgullecer el apellido como el futuro Heredero de la fortuna Black.

James podía decir dos cosas de él: Que era un imbécil y un arrogante.

No es que eso a Snape le importaba mucho dado que era un amante de las Artes Oscuras como él. Por la manera en cómo se hablaban, podía sentir química y entendimiento mutuo. Alguien emitió un gruñido a su lado. Carraspeó un poco y se dispuso a hablar.

—¿Va tan mal las cosas en tu casa? ¿Es eso? —preguntó. No sabía si quería una respuesta. Pero quería distraerlo, de lo que sea que estuviera fastidiando a su mejor amigo.

Sirius suspiró, volteando a verlo.

—Qué bueno si lo fuera.

James tragó saliva y no preguntó más. Cómo iba a serlo. Si él mismo no tenía los huevos de enfrentarlo.

Aunque a Sirius no le eran indiferentes sus problemas familiares, hace algún tiempo habían acordado en fugarse y quedarse a vivir con su familia. Este hecho le había quitado un gran peso de manera exponencial, al punto que se le vio contento unas semanas.

Solos unas.

Algo pasó entre esos días, no sabía que y aunque Moony insistió en preguntar qué pasó la noche que vino muerto de frío, mojado de pies a cabeza (pues fue el único hecho inusual y naturalmente Remus y él tenía los ojos puestos en ello como el desencadenante de su actitud) no lograron sonsacarle nada. Desde entonces todo había ido en picada.

James lo sabe [Snirius]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora