[ Capítulo XX ]

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Severus Snape miró con escepticismo al perro enorme que movía su cola felizmente y mostraba la lengua en su dirección. Se le hizo extraño no notarlo ya que no era como cualquier otro canino que haya visto. No pasaba desapercibido. Era grande, algo salvaje, y aparentaba poseer una sobresaliente inteligencia pues incluso con esas garras y patas, el sonido de sus pasos no se escuchó ni de cerca para alertarle. 

El can le mantuvo la mirada, como esperando que él hiciera algo, y cuando no lo obtuvo, soltó un sonido lastimero mientras empujaba su cabecita sobre su rodilla. Eso ocasionó que el mago frunciera más el ceño. 

—Si estás queriendo que te alimente, puedes esperar sentado. 

Fue ahí que el perro, como si lo oyera, se sentó en sus dos patas traseras como esperando la promesa del joven. Severus bufó con ironía. 

—Tss. —Chasqueó los dientes. Sin más, dio media vuelta y siguió su camino. Atrás escuchó cuatro patas siguiéndole—. No me sigas —contestó rotundo. El perro siguió mostrándole la lengua mientras ladeaba la cabeza. Severus agudizó la mirada—. Sé que me entiendes. Ahora, largo de aquí. 

Sin embargo, pese a sus intentos, Severus no consiguió deshacerse de su perruno compañero. Tan inmerso estaba en su intento de ahuyentarlo que no se dio cuenta que poco a poco se alejaban del transitado camino. 

Con una vena en su frente a punto de reventar, el chico reunió toda su voluntad para no comenzar a gritar como un idiota a un perro. Era obvio que las palabras no ayudaban, es más, parecían que lo animaban con más vehemencia a seguirlo. Severus nunca había sido fan de los animales, en especial de los perros. Su personalidad tan apegada y juguetona le aturdía y era incapaz de comprenderlo. Si tuviera que elegir a un animal, elegiría entonces a un búho o un gato. Eran más su estilo.

 —Escucha —dijo apretando los dientes—. Me importa poco si estás muerto de hambre, o lo que sea que quieras no lo conseguirás conmigo. Vuelve a seguirme y atente a las consecuencias, pulgoso.

Con esa terminante respuesta, caminó de vuelta a Hogsmeade, y por supuesto, los pasos volvieron a escucharse detrás suyo. Severus estaba a punto de tener una pelea de un solo lado con ese animal, hasta que sus patas dejaron de escucharse abruptamente. Al muchacho se le hizo extraño y volteó incrédulo, con el ceño fruncido todavía en su rostro.

A una pequeña distancia, estaba el canino mirando en silencio la Casa de los gritos. No lucía tan tenebrosa como la hacían ver, pero aún así se sentía imponente y algo lejana. Por alguna razón, el mago se quedó absorto en el silencio del perro mirando la Casa, solo saliendo de su sueño, cuando el chucho miró a su dirección mostrando los dientes y en modo de ataque.

Entonces una mano golpeó su hombro.

—Este debe ser mi día de suerte... —dijo una voz desagradable detrás suyo, la cual Severus tenía el infortunio de conocer—. Qué difícil es verte solo estos días, Snape. Black y Crouch son tan molestos. Ya parecen mujercitas de tanto que van juntos a todos lados.

Este en respuesta, suspiró profundo y volteó.

—¿Qué quieres, Dickinson? 

—¿Yo? No mucho. Pero ¿reconoces a mis amigos aquí? —preguntó sonriendo mientras señalaba a su dos lados, lo que ocasionó que a Severus se le cerrara el estómago de golpe—. Ellos dicen tener cuentas pendientes contigo.

Snape por supuesto que los conocía. Eran Stevens de Ravenclaw y Davies de Hufflepuff. No era de su mismo año, pero lo que los hacía tan particularmente reconocibles a sus ojos era su ascendencia muggle. Severus cerró los ojos con fuerza. Esto no era nada más que su jodida culpa y él no podía culpar a nadie más que a sí mismo por las acciones que tomó en el pasado. Lo sabía. Incluso si quisiera defenderse, no podría. Eran hombres grandes, ya crecidos desde el último año, y además estaban armados. Seguro se habían preparado para este momento.

James lo sabe [Snirius]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora