[ Capítulo VII ]

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Si Severus ya estaba pálido, ahora se había puesto de color transparente. Poco a poco su piel comenzó a colorearse. Estaba hirviendo de furia. Sirius pudo sentir su rechazo casi al instante. El odio, el aborrecimiento. Pero eso no afectó tanto a Sirius como su propia revelación.

La respuesta siempre estuvo frente suyo. La razón de sus cambios constantes de humor y las ganas que tenía de partirle la cara a cualquiera que se acercara demasiado a Snape. Su confusión y su irritabilidad sin motivo. Todo había tenido una explicación desde el principio y él no puede creer que haya sido tan idiota como para no darse cuenta.

Sin embargo, eso no le pegó tan fuerte como el darse cuenta de que todos estos años había sido un verdadero cabrón con la persona que le gustaba.

En su estupor, no recordó alejarse pero no duró demasiado. Snape se encargó de eso. Un vez que el pelinegro salió de su asombro, mordió el labio inferior de Sirius con toda la saña que pudo, causando que sangrara y se alejara. La reacción de Sirius fue instantánea. Una mueca de dolor cubrió su rostro, lo cual Severus aprovechó para empujarlo más lejos.

Se miraron en silencio por un largo e intenso segundo. Antes de que el más bajo pudiera maldecirlo, un desmaius fue dirigido hacía el pelinegro. Sirius inmediatamente lo sostuvo con sus brazos, buscando al mago.

Era Regulus Black.

—Es mejor que me lo lleve, antes de que las cosas empeoren —dijo con una voz que no permitía concesiones. Sirius no dijo nada. Su mente estaba en blanco.

Con movimientos automáticos, puso a Snape en brazos de Regulus. Dejándolo ir, sin siquiera preguntarle cómo había dado con ellos.

Minutos después, se encontró solo con una sensación de pérdida en sus brazos. Su cuerpo temblaba pero ya no de frío. El pánico se había extendido en todo su cuerpo causándole estremecimientos y ahogo. Estaba paralizado.

Las preguntas gritaron en su cabeza. Era imposible pararlas. Todo en lo que su mente estaba absorta era en buscar una solución para salir de este jodido problema. ¿Ahora qué haría? ¿Regulus lo chantajearía? ¿Cómo se lo diría? ¿Cómo enfrentaría a...

Observó sus nudillos heridos. Su respiración irregular. Sus puños cerrados. Todo había ocurrido tan rápido. Aún podía sentir los labios de Snape en los suyos. La herida de su labio recordándole que nada de esto era un sueño.

Culpa, enojo, miedo. Su cuerpo ardía, como si algo bullera dentro suyo. El deseo de huir a cada segundo se hizo más fuerte.

No le tomó medio segundo decidirlo cuando ya estaba convirtiéndose en un gran perro negro corriendo lo más fuerte que sus patas pudieron debajo de la impetuosa lluvia. Su objetivo no era claro. Solo quería desgatar sus energías, que la lluvia deshiciera estas emociones abrumadoras y que el frío congele el dolor intenso de su corazón.

Mientras tanto James, que observaba desde su escondite, no lo siguió. Aunque tuvo la intención de salir de hace un buen rato, las piernas no le respondieron. Se sentía indeciso. Nunca se imaginó que todo acabaría como lo hizo. Estaba conmocionado. Si en algún momento tuvo dudas de sus conjeturas, ahora estaba completamente seguro.

A Sirius le gustaba Snape.

Y Sirius estaba asustado con el hecho de haberlo descubierto.

No podía juzgarlo, no cuando se había delatado frente a Snape. En su lugar, estaría jodidamente aterrado.

Lo comprendía así que dejó que se fuera, esperando que volviera. Algo le decía que no se iría directo al Castillo, regresaría luego de que se cansara. Por lo que haciendo caso a su intuición, se quedó parado ahí, temblando de frío, pero firme en su decisión.

James lo sabe [Snirius]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora