xxiii. sirens in the beat of your heart

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SIRENAS EN LOS LATIDOSDE TU CORAZÓN

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SIRENAS EN LOS LATIDOS
DE TU CORAZÓN

Munia Atyer acostumbraba a vestir un aba negro, tal y como le habían enseñado en la hermandad. Su cabello iba recogido en un moño impecable sin un mechón cayendo sobre su cara y zapatos negros con zancos paralelos.

El uniforme de los Atyer nunca había tocado su piel y jamás lo haría, le parecía tosco y poco original, ya que apenas se diferenciaba por la insignia del que llevaban los Atreides.

Ellos usaban águilas y su casa un fénix.

Sus piernas se movían con rapidez por los corredores del Palacio Naranja en Fénix, aquella semana era tranquila con una dotación menor de guardias, ya que, su madre y Helena Richese junto a Leto Atreides que se encontraban de visita en Krelln, llegaban después del mediodía.

Tocó la puerta del despacho de su padre, quién la recibió con una radiante sonrisa. El sol del mediodía iluminaba con fuerza el lugar, un contraste directo con las lluvias y nubadas que vería al arribar en el planeta vecino, Caladan.

──Paulus está preparándose para una corrida de toros a la llegada de Caliópe, Helena y Leto── Panthur anunció mientras abrazaba a su hija──. Supongo que irás a ver a tu padrino.

──Que no quede una duda── la pelinegra respondió con una mueca que fingía ser una sonrisa.

Panthur Atyer tomó asiento tras su escritorio e invitó a su primogénita a hacer lo mismo en una cómoda silla.

──Dime, hija, ¿qué te trae por aquí?── la pregunta de su progenitor había sido bastante cauta, como si estuviera palpando el terreno y en efecto, lo hacía, puesto que, Munia no se presentaba en el Ala Norte de Palacio Naranja a aquella hora de la mañana.

──Quiero hablar de ese compromiso que los Imperiales quieren formar con nosotros a través de una unión.

──Oh, es complicado── la reacción de Panthur fue exactamente la que la ojicafé esperaba──. No creo poder comentarte muchos detalles acerca de eso, ya sabes, el Landsraad no me lo permite y mucho menos su majestad.

──Pero yo estoy involucrada en esa unión── Munia cruzó sus brazos.

El Marqués tragó saliva.

──Hija, no es nuestra casa la que está negociando con los Corrino── su padre se tomó un segundo para respirar, como si estuviera a segundos de decir algo que no debía──. Es la Bene Gesserit.

La Bene Gesserit, la Hermandad de Servidoras del Imperio, la Sororidad de Mujeres al Servicio del Universo

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La Bene Gesserit, la Hermandad de Servidoras del Imperio, la Sororidad de Mujeres al Servicio del Universo.

Esa organización solo lograba colmar la paciencia de Kegavie. Esas mujeres habían planeado cada aspecto de su vida y ella no lo había descubierto, no hasta que su abuela se lo había dicho.

Todo suceso importante (incluida la muerte de sus padres) había sido meticulosamente planeada por ellas.

No entendía ese patrón de lealtad que tenían, su madre era una hermana, leal a su orden, hasta que se volvió hacia los Atreides y luego a sus propios intereses.

Lo mismo con su abuela.

Y con Lady Jessica.

Seguía siendo extraña la sensación de haber arruinado los planes genéticos milenarios de una organización tan reservada y perfeccionista.

Su vida estuvo controlada hasta dejar Caladan, cada cosa había estado indirectamente influenciada por ellas.

La Bene Gesserit tenía contactos en todo el planeta y entre sus fuerzas, Jessica había sido una de ellas, Caliópe también, Munia, Sheakesgavo, Einar, Wanna, Anirul y Margot, las últimas tres en sus viajes para visitar a sus hermanas (y controlar que todo ocurriera acorde al plan).

Su embarazo no debía haberse convertido en un aborto espontáneo, ella no debió haber ido al vuelo para el control de la especia.

Sin embargo, lo había hecho y los espías de la sororidad no hicieron nada para evitarlo. Nada.

Porque se habían vuelto a sus intereses.

Ese patrón de comportamiento seguía siendo extremadamente peculiar.

El filo del kidjal de Caliópe rozó su hombró, lo que la devolvió a la realidad.

Kegavie esquizó una estocada antes de desarmar a su abuela.

──Peleas como Panthur── una sonrisa se cruzó por la cara de Acacio──. Es muy evidente que tienes la sangre Atyer.

──¿Eso es malo?── la ojiverde cuestionó mientras enfundaba su arma.

──No realmente, en este universo el estilo de combate es una identidad, identificar a un Harkonnen es tan fácil como a un Atreides o un Sardaukar── la mujer se puso de pie──. El apellido, el honor y la identidad en batalla, esas son las herencias de las Grandes Casas, las razones por las que es un orgullo ser un miembro de ellas, porque te guste o no, te convierte en alguien.

La caoba asintió.

Después de todo, nunca había entendido la importancia de los estilos de pelea y el hecho de que algunos prácticamente pertenecían a ciertas casas.

Y le tranquilizaba saber que pertenecía a una casa, una familia, una familia que la amaba, había tenido un abuelo muy cariñoso, una abuela preocupada, un hermano que la protegía de todo, un prometido que moriría y mataría por ella, suegros que velaban por su seguridad.

Dentro del desastre, las cosas no parecían tan malas, solo no había sabido apreciarlas como se debía.

Y sí, la maldad seguía allí, porque sus figuras paternas nunca estuvieron donde se suponía que debían estar.

Aunque ya lo había asumido (parcialmente), el dolor no se iría, pero aprendería a vivir con el.

Ahora solo le quedaba prepararse para lo que viniera, porque su intuición no prevía nada bueno.

FIN DEL ACTO DOS

DARK RED ━━ atreidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora