xxiv. even if our steps are not on the same frequency

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AUNQUE NUESTROS PASOS NO ESTÉNEN LAS MISMAS FRECUENCIAS

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AUNQUE NUESTROS PASOS NO ESTÉN
EN LAS MISMAS FRECUENCIAS


Se despertó de golpe, se había visto a sí misma leyendo la carta de Munia, esa carta que le había revelado tantas cosas.

Se sintió desorientada por un segundo, tenía 21 años estándar, no los 18 que tuvo al escapar de Arrakeen y dejar todo atrás.

Dentro de la destiltienda encontró a Paul, asegurando una pistola maula y su crys al cinturón del destiltraje.

Era aquel silencio particular que precede a la mañana, cuando los pájaros nocturnos ya se han retirado y las criaturas diurnas no han anunciado aún su despertar a su enemigo, el sol.

Cuando sus ojos se encontraron, ambos sonrieron, la mirada de su prometido denotaba preocupación.

──Vie── dijo él, hablando con una sonrisa en su voz──. Tuviste otra pesadila.

──Sí── la Atyer respondió bajando la cabeza para ver si el destiltraje del Atreides estaba bien ajustado──. Estas destiltiendas me recuerdan a Munia.

──Esa carta sigue siendo muy extraña── ella no quería seguir hablando del tema, se percató de que un broche de la espalda estaba suelto── Sihaya.

Se acercó a arreglarlo, sus manos -que ahora estaban ásperas por la falta de agua- soltaron el velcro del traje.

──Me llamas Sihaya, tu primavera del desierto ──respondió──, pero hoy seré tu
aguijón. Soy la sayyadina, que vela porque los ritos sean cumplidos.

──Una sayyadina no debería guardar las espaldas de aquel que será probado por Shai-Hulud── Kegavie seguía ajustando los broches.

──Y la mujer de un Naib no debería ser Dama de la Arena antes que él, pero así es como están las cosas── respondió y tomando el rostro de su prometido entre sus manos, dijo──; suerte y por encima de todo, prométeme que no le faltarás el respeto al hacedor.

Depositó un beso entre sus labios, Paul extendió el contacto por treinta segundos, en los que la rodeó con sus brazos.

La ojiverde notó la tensión en los hombros del Atreides.

──Háblame de Luz de Luna── pidió mientras intentaba relajarlo.

El negó, un gesto típico cuando se sentía frustrado o con miedo.

El Atreides comprendió que intentaba distraerlo, liberar su mente de toda tensión antes de la prueba mortal. El cielo era cada vez más claro, y algunos de sus Fedaykin estaban recogiendo ya sus tiendas.

—Preferiría que tú me hablaras del sietch y de nuestro hijo —dijo—. ¿Nuestro Milán sigue tiranizando a mi madre?

La caoba se quedó estática por un segundo, él seguía confundiendo los sucesos que habían pasado con los que no. Su preescencia estaba suponiendo un problema en la realidad.

Buscó las palabras para decírselo.

──Paul── hizo una pausa──. Milán no está vivo, no nació.

Stilgar avanzó a través de la pulverulenta arena, levantando nubecillas a cada paso

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Stilgar avanzó a través de la pulverulenta arena, levantando nubecillas a cada paso. Sus oscuros ojos estaban fijos en Paul, con una indomable mirada. La barba negra que afloraba bajo la máscara de su destiltraje, las rugosas mejillas, todo parecía esculpido en alguna clase de roca por el viento.

Kegavie observaba el rito en compañía de algunos fremen, desde la arena, mirando hacia el risco que se alzaba sobre su cabeza. Un escriba estaba sentado a su lado, anotándolo todo.

El Naib, levaba, sujetándolo por el asta, el estandarte de Paul, el estandarte
verde y negro con un tubo de agua en el asta, algo que ya era legendario en el lugar, clavó el asta del estandarte en la arena, al lado del Atreides, y dejó caer sus manos a sus costados.

—Nos han negado el Hajj —dijo, con la solemnidad ritual.

Y Paul respondió, tal como le había enseñado Kegavie: —¿Quién puede negar a un Fremen el derecho a caminar o cabalgar donde él quiera?

—Yo soy un Naib —dijo Stilgar—, nadie podrá tomarme vivo. Soy un pie del trípode de la muerte que destruirá a nuestros enemigos.

El silencio cayó sobre ellos.

—¿Dónde está el Señor que nos ha conducido a través de los desiertos y
de los abismos? —el fremen preguntó.

—Está siempre con nosotros —entonaron los Fremen.

Volvieron a quedarse en silencio, Stilgar se acercó a Paul para susurrarle algo al oído, luego le entregó un martilleador.

En aquel instante, el sol pareció saltar sobre el horizonte. El cielo adquirió el tinte gris plateado que anunciaba un día de extremado calor y sequedad.

—He aquí el día ardiente —exclamó, y ahora su voz era enteramente ritual—. Ve, Usul, y cabalga al hacedor, cruza la arena como un conductor de hombres.

Paul saludó a su estandarte, observando cómo la tela verde y negra colgaba inerte al cesar el viento del alba. Shishakli, el líder de los Fedaykin, se acercó a entregarle sus garfios de doma.

Los fremen comenzaban a irse hacia la dirección opuesta, solo quedaban el escriba, Korba y la Atyer.

Los ojos verde sobre azul de Kegavie impactaron contra los suyos, Paul tuvo que hacer un gran esfuerzo para ignorarlos y concentrarse, ya que destacaban de sobremanera entre la arena del desierto, además tendían a hipnotizarlo.

El sonido del martilleador activado llevó a la caoba a la realidad, había estado demasiado concentrada en su prometido, rogándole a la Madre Espacio que todo saliera bien.

──Un hacedor se acerca, debemos irnos── Korba la tomó del brazo.

Tenía razón, las vibraciones del suelo y la arena por los aires eran evidencia suficiente de ello. Él comenzó a caminar, siguió sus pasos, subiendo por un risco.

El escriba iba junto a ellos.

Al llegar a la punta, podía observar a su prometido, a lo lejos, pero podía hacerlo de mejor forma y con más nitidez.

Apoyada en una roca, mirando el paisaje. El escriba seguía con su tarea.

──¿Crees que lo logre?── cuestionó con miedo, siempre preguntaba eso cuando el temor la carcomía,  Korba la miró tranquilamente.

──Es Muad'Dib, está claro que lo va a lograr── el fedaykin sonrió──. Y tú no deberías sentir miedo, Zahida. Tu futuro es demasiado grande como para convertirte al miedo o dejar que gane.

DARK RED ━━ atreidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora