Capítulo cuatro: Luchando

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Luego de esa noche, ambas nos encontrábamos en el castillo abandonado por las noches para platicar y para salir de la vigilancia de su hermana

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Luego de esa noche, ambas nos encontrábamos en el castillo abandonado por las noches para platicar y para salir de la vigilancia de su hermana.

Los días se convirtieron en semanas y mi brazo ya estaba mucho mejor. Volvimos a entrenar como antes, y se sentía bien estar cerca de ella, aunque de vez en cuando trataba de ser lo más fría posible para que no pensara que me había encariñado con ella.

Me costaba admitirlo, pero me gustaba romper las reglas, y la regla número uno era la que podía romper por ella.

—¡Arriba! ¡Abajo! —me gritó ella mientras nuestras espadas chocaban en un movimiento de defensa.

—Estás muy lenta hoy, arquera, ¿sucede algo?

—No... No sucede nada —ella miró para ambos lados como buscara algo entre los arbustos de la isla.

Hace unos días que Rachel estaba muy rara, estaba triste todo el tiempo y por más que trataba de animarla, la mayoría de las veces no lo lograba.

Estábamos entrenando en un acantilado que había visto la vez que ella me llevó a conocer la aldea.

—Mejor tomemos un descanso -asentí.

Se sentó sobre el pasto y su espalda se acuesta en el árbol que la cubría del potente sol.

—¿Qué tienes? Te he notado distante estos días —evitó mi mirada.

—Nada, por favor no insistas —me pidió.

Me quedé viéndola, detallando cada músculo de su cara, tan solo para saber que estaba sufriendo.

Dejé la espada en el suelo y me senté a su lado.

—¿No quieres hablar?

—¿Qué parte de "por favor no insistas", no entiendes? —su tono cambió a un tono de autoridad.

Creo que no perdía nada intentando ayudarla.

—¿Sabes? Cuando yo estaba triste y no quería hablar con nadie, me encerraba en mi habitación y todos me dejaban en paz, todos menos uno. Katar, el chico que estaba conmigo cuando llegué aquí, él siempre se quedaba del otro lado de la puerta y no se iba hasta que yo abría la puerta y le contaba que me molestaba, me abrazaba y me recordaba que yo no estaba sola —ella me miró confundida—. Lo que quiero decir es que no tienes porque decirme que te abruma, pero si quieres desahogarte...

—Eso es una estupidez —bufó.

La estupidez la cometí yo pensando que tienes corazón.

¿Qué estaba pensando? Ella es una princesa asesina, yo una forastera. Me repetí para entender que no puedo romper la regla número uno.

Lo tienes prohibido, esas reglas fueron creadas por algo.

—Quiero estar sola —dijo de mala manera.

LA NOCHE EN LA QUE TODO COMENZÓ [LGBT] #1 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora